29 diciembre 2007

EL ÁTICO

Imágenes que se condensan en un instante, espacios estridentes y atmósferas de dolor y melancolía. Es lo que sucede cada vez que un país cae en la desgracia. Con la guerra o con la falta de libertad. Es el lienzo de un artista de las emociones impregnadas con palabras. Y es que la historia de mi amigo Matteo Nucci me convulsionó tanto que ahora vuelve a mi memoria. Y no sé porque. Será quizás por ese desgarro que este periodista de La Reppublica pone en sus trabajos. Un sentimiento que está muy interiorizado en Nucci porque es un especialista de los Balcanes, ese lugar donde el horror adquirió forma humana. De Matteo se espera siempre lo mejor. Por ello cada día me levanto con esperanzas renovadas, esperando conocer su último trabajo, el mismo del que me habló en primavera mientras tomábamos unos antipasti en D´Enzo, una dulce y acogedora trattoria a orillas del Tevere. El protagonista de El Ático es un desilusionado de la vida, alguien que se aferra en las esperanzas y en las ilusiones de ayer para seguir viviendo. Es lo mismo que le sucede a Pakistán, donde la violencia y el odio religioso, la exclusión étnica, el tribalismo y las leyes medievales pueden mucho más que el esfuerzo y el trabajo de millones de ciudadanos esforzados y pacíficos. La muerte de Benazir Bhutto es una tragedia más que se acumula en este monte de dolor donde yacen centenares de víctimas del terrorismo y del enfrentamiento civil.
Bhutto llevaba la muerte en su frente desde que hace unos meses regresara a su país para recuperar el poder. Un poder que ya tuvo en dos ocasiones, aunque en ninguna de ellas logró completar el mandato. La primera vez que accedió al poder fue en 1988, cuando se convirtió en la primera mujer en el mundo islámico en ser Primer Ministro. Pero Bhutto sufrió una brutal oposición que le acusó de corrupción. Su vida corría peligro y decidió exiliarse en 1999. Pero para las elecciones legislativas de enero decidió volver y enfrentarse con su realidad. Algo que el protagonista de El Ático no hace para seguir alimentando unos recuerdos que le hagan sentirse feliz. Pero la autocomplacencia nunca ha sido buena compañera de viaje. Bhutto ha sufrido en sus carnes la ingrata marca que deja el poder en los humanos. Y ello a pesar de sus buenas intenciones. Con ella y su partido desembarcando en la campaña electoral, Pakistán albergaba alguna esperanza de paz, reconciliación y estabilidad. Eliminada la dirigente con mayor tirón popular y carisma el camino de vino y rosas para Musharraf parece más fácil. Pero será ahora cuando su socio, EEUU, apriete sin ahogar para devolver la democracia a un país que se desalma y que comienza a mirar al ayer en lugar del mañana. Como en la historia de Nucci. Ahora que el horror golpea por segunda vez a la dinastía Bhutto (su padre fue ahorcado en 1979 por el dictador Zia ul–Haq) es el momento para cambiar, para volver a ilusionarse. Porque la desgracias suelen abrir nuevas puertas capaces de albergar renovadas esperanzas. Nucci también escribirá la segunda parte de El Ático y yo podré subir hasta él para contemplar tus ojos, sin necesidad de que el vértigo temple nuestros sueños.