Estoy seguro de que John Milius, güionista estadounidense, habría perdido la cabeza por nosotros. Su filmografía se basa, desde un principio, en el desarrollo de un personaje y de un código moral propio, al margen y opuesto al general, que como el nuestro, nos lleva al enfrentamiento con los demás. Ambos, aciagados en el amor, creemos que todo aquello que nos contaron de adolescentes es posible. Y en esa búsqueda de lo que pensamos andamos. He estado estos días releyendo la primera obra de Federico Moccia, Tres metros sobre el cielo, y he descubierto la belleza de amar, de sentirse querido. Y he sentido como todo esto no es sólo un juego de adolescentes. Para el amor siempre se es un crío. Tres metros sobre el cielo, o muchos metros más. Así me siento yo cuando me hablas, me susurras que me necesitas o cuando decides regalarme París para tender mi ropa si acaso me desnudas y no llueve, como argumenta García Montero. Porque el amor es así: dar un mundo sin recibir nada a cambio. Cuando los romanos llegaron a esa montaña mágica, hoy conocida como Montjuïc, única elevación de Barcelona, se convirtió en el escenario de los ritos religiosos. Y algó de místico tendrá cuando no hay noche que no sueñe con ella y contigo. La montaña sirvió como cementerio judío, como escenario para la Exposición Universal de 1929 y, en 1992, como centro de los mejores Juegos Olímpicos de la historia. Un lugar sagrado donde quizá deberían ir a purificarse los jugadores del Real Madrid, que con sus ferrari, sus vidas de postín y sus privilegios han creído que la vida es un camino de rosas. Así les ocurre cuando visitan el infierno de Anfield: les meten cuatro chicharros, porque ya sabemos que el Liverpool nunca caminará solo. Tampoco lo harás tú, ahora que desde la montaña mágica diviso ese garito de moda en Barcelona, más allá de los chupitos con sabor a rancio, tus cuellosaltos y un mulato empeñado en no dejarse nada atrás, con sus canciones decorando una atmósfera que mañana, lo he soñado así, nos ha de pertenecer. Te has convertido, sin quererlo, en la persona que me ha devuelto la vida. Algo similar leí ayer en el periódico, cuando observé que unos médicos sevillanos han conseguido curar a Javier de su dolencia congénita al crear un bebé a la carta: su propio hermano. La ciencia avanza, pero el pensamiento retrógrado de algunos no. Se hacen llamar comunistas, pero si te detienes a observarlos sólo verás que de éstos sólo toman el nombre y el discurso demagogo. La forma de actuar es bien distinta. Pero qué le puedes achacar si en tu partido hay gente tan ruin como ella. No daré nombres, pero me ha impresionado tenerlos tan cerca. Son los mismos que sirven de puente para que gente que antes ha criticado nuestras ideas, acabados, ahora venga a infectar a nuestro partido. El sastre de Camps ha sido llamado a declarar. Ha tenido que medir las palabras en lugar de la cintura, las hombreras y el tronco. El presidente valenciano lo llamó en cinco ocasiones antes de ponerse ante el juez y, para colmo, tras declarar, fue despedido de la sastrería para la que trabajaba. Un auténtico desastre, eso es lo que está viviendo el PP. O el BNG, que tras perder un escaño en Galicia ha debido abandonar en bloque. Ojalá el mundo fuera bien distinto y no hiciera falta acudir a Montjuïc a soñar que todo es como quisiéramos que fuera.
15 marzo 2009
10 marzo 2009
PALABRAS QUEBRADAS
Me resultaba inevitable mirarla. Su rostro, su mirada, sus movimientos, su dulzura aún estando seria y todas esas pequeñeces que sólo conocemos quienes hemos respirado un aliento que no es el nuestro alguna vez. No se me pasaba por la cabeza que podría pensar acerca mía, pero yo no podía apartar la mirada. Ella endurecía la expresión, se ponía trascendente, consciente quizá de que era una bella flor del paraíso. Jamás hablé con ella, ni un tímido saludo, pero es cierto que muchas veces quise pasarle una nota: "perdona, pero me recuerdas tanto a ella..." Cuando coincidiamos en el autobús, de camino a casa, ya no importaban los largos meses de sufrimiento, las lágrimas escondidas debajo de la almohada, las palabras quebradas ni las tardes esperándola. Era una niña, quizá la misma niña que habría correteado alguna vez por las llanuras de Castel di Leva, o que años más tarde gestionaría el apartamento de Quatro Cantoni como si de un Hilton se tratase. Con esa dulzura que sólo aparece en los versos de Sandro Penna. Recuerdo la soledad de aquel apartamento agrieteado, nuestro centro del universo cada una de las noches que pasábamos en él, abrazados, mientras un halo de sensualidad impregnaba toda la sala y la fuente de la puerta rumiaba un sonido que tengo grabado aún. Las mañanas amanecían temprano dando paso a una vorágine de besos que continuaban el frenetismo de la noche anterior. Pero claro, éstas eran cosas que la pobre chica del autobús, acomplejada por la penetrante mirada que le dedicaba, no conocía. Entonces, ya no importaba que hace justo ahora cinco años me librara por unas horas del más cruento atentado terrorista perpetrado en Europa. Mis viajes en los trenes de Cercanías siguieron siendo constante tras aquella masacre, pero ya siempre miré de reojo a todo el mundo. Quizá haya encontrado explicación a mi cerrazón. Ni importa ya que la comisión de los espías en la Comunidad de Madrid se haya cerrado en vacío, que Camps vista trajes que no pagó o que un ex director de Telemadrid también fuese espiado. A estas alturas ya no nos extraña nada de lo que hace la derecha, para quien el juez Garzón es el culpable de todos los males que nos rodean, como si fuese sido el talentoso magistrado jienense el que hubiese obligado a Correa y a sus secuaces a huntar manteca a las tostadas. Donde ha dado una vuelta la tostada ha sido en Euskadi. ZP se ha fijado como prioridad afianzar un cambio en la región, consciente de que, si fracasa, está en juego su propio Gobierno. Un Gobierno que, con la marcha de Bermejo, se ha puesto de moda. Sus carteras van saltando como gambas en una sartén y los rumores han alcanzado cuotas de veracidad impropias. Verdad, lo que sí ha resultado verdad, es el nuevo atentado del IRA, o mejor dicho, de los fanáticos que aún quedan en Belsfat. El Sinn Fein por fin ha denunciado la violencia sin ambigüedades, como desde hace muchos años se reclama al PNV, a quien aún le escuece la herida por perder el Gobierno vasco. Sólo faltaría que Urkullu anunciara una querella contra la democracia, que es lo que practicamente hace Juan José Güemes, consejero de Esperanza Aguirre, al anunciar que el Gobierno regional presentará una demanda contra el diario El País por las informaciones publicadas. Estos días me estoy topando con demasiada gente que no conoce, o se salta a la torera, el artículo 20 de la Constitución. Le entran ganas a uno de coger el primer vuelo hasta Barcelona, conquistar El Prat y reinventar el mundo cogido de tu mano.
06 marzo 2009
UN MUNDO DETRÁS DE LA CORTINA
En el País Vasco las esperanzas han vuelto a apoderarse del primer plano de la vida pública y política. Que por primera vez en 30 años el nacionalismo no tenga la mayoría en la cámara vasca supone para muchos una luz al final de un túnel, ya que ésta era una situación inconcebible hace sólo unos años. El pueblo vasco, singular y sufridor donde los haya, a sabiendas de que la paciencia es una virtud y que este sufrimiento suyo pronto sería recompensado, a visto como tras décadas de terror se abre un nuevo horizonte. El hombre clave es el socialista Patxi López, que será probablemente investido lehendakari con los votos a favor de su máximo rival en la contienda nacional, el PP. Todo ello mientras el resentimiento crece por momentos en las filas del PNV y figuras tan destacadas en él como Iñigo Urkullu, comienzan a lanzar díscolos mensajes, en apariencia sin un destinatario fijo, pues el pueblo, con la legitimidad que dan las urnas, en esta ocasión no les ha apoyado. Por ello Patxi les ha recordado lo que todo ciudadano, por muy vasco que sea, sabe: que el PNV "no es ni el régimen ni la religión de Euskadi". Los Ibarretxe y compañia querían entronarse, ser eternos, una situación muy cercana a la que padece Italia con Berlusconi, que quiere ser el líder vitalicio de una sociedad acostumbrada ultimamente al pasotismo, el estancamiento y a debatirse constantemente, día tras día entre la penumbra y la esperanza, cómo si no existiera una escala de grises entre el blanco y el negro. Pero no todo está parado en esa Italia detenida en el tiempo que tan bien describe la novela de Melania Mazzuco, Un día perfecto. Al revés, la riqueza y la versatilidad de las historias que suceden allí no tienen parangón en Europa. Mis experiencias en Roma, ciudad en la que se desarrolla la obra de Mazzuco, son claros ejemplos de ello. Y es que no es fácil encontrar un lugar en el que un ex primer ministro es secuestrado y asesinado. Menos lo es que 30 años después nadie sepa a ciencia cierta quién fue el culpable ni por qué Aldo Moro debía morir. Y eso a pesar de que tu tesis sobre las brigadas rojas indagaban a fondo sobre ello y nos aleccionaste sobre el terrorismo ideológico de izquierdas. Aún hoy te sigue apasionando el tema. Dicha fascinación, como la fascinación de Italia en general, se debe, entre otras cosas, a esa abrumadora cultura política y a la prodigiosa capacidad de sus dirigentes para superarse a sí mismos generación tras generación. Me lo explicaste mientras cenábamos una pizza en la terraza de aquel restaurante de EUR cuyos cristales nos dejaban apreciar el interior de la sala y aquel partido en la tele del Mundial de Alemania que nadie miraba. Una competición que, al final, ganó tu país por gratia divina. Italia es un país que sabe sacar lo mejor de sí mismo cuando peor le va. Pero si a la degeneración política le añadimos la Cosa Nostra, la Camorra, la N'drangheta y la Sacra Corona Unitá; el terrorismo negro y rojo; el proceso Manos Limpias, los tejemanejes vaticanos de los banqueros de Dios, la amistad de Bush, Putin y Gaddafi con Berlusconi, o el tráfico de inmigrantes desde las costas libias y el este de Europa (por citar sólo algunos casos de los últimos años), la única conclusión posible es que los escritores italianos lo tienen fácil para vencer la pereza y la falta de ideas. Y en contraposición, la ciudadanía lo tiene muy difícil para vivir una vida sin sobresaltos y esperanzadora. A caballo de la crisis económica, la ideológica (con la capitulación final de la Democracia Cristiana y el Partido Comunista), la notoria ausencia del Estado y el olímpico desprecio de las reglas de convivencia han acabado asentando en el país una única sensación: el miedo. Al otro, al diferente, al futuro. Una situación similar a la que estaban acostumbrados los ciudadanos vascos. También fue mi caso durante largos meses de sentimientos encontrados e inexplicables (además de tristes) sucesos que aún guardo en la nevera. Porque, aunque no lo parezca, todos tenemos alma, corazón, rabia. Nos sobreponemos a la indignación temporal a la que, en ocasiones, nos lleva nuestra propia gente, nuestros propios sentimientos, y al cumplir la regla de oro del viejo pacto, volvemos a soñar con un mundo mejor. Un mundo que quizá esté detrás de la cortina, en la cocina, o tal vez en la lámpara de un salón repleto de telarañas. Aquí, dentro de casa, o fuera, en los locales mugrientos con esencia de pijos de la Diagonal, en una Barcelona que invento, y que imagino rota en abrazos, ronca en besos y oxidada de afecto. Un lugar tan alejado como Roma, cuna de artista, cementerio de poetas. Desde la colina de Montjüic, he gritado tu nombre a los cuatro vientos. Y se han roto los esquemas de toda una civilización.
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