En la década de los 80 los ciudadanos de todo el mundo idolatraron una serie televisiva, Dinastía, nacida a raíz del éxito de Dallas. La serie, que se desarrolla en Denver (Colorado), cuenta la historia del magnate del petróleo Blake Carrington, de su familia y de su empresa, Denver Carrington. Las historias cruzadas, morbosas, siempre han acaparado nuestra atención. Algo así ha ocurrido en las últimas décadas con la familia Kennedy. Como si de un guión televisivo se tratara, la vida de esta singular saga no ha dejado de tener protagonismo. Empezó a ocupar numerosos espacios en la pantalla de nuestro salón, en los periódicos y hasta en nuestros corazones. Todo el mundo sabe que los Kennedy han sido siempre una especie de Familia Real en el país republicano por excelencia, EEUU. Cada vez que los Kennedy daban un paso, la humanidad lo daba con ellos. Todo el mundo les apreciaba. Hasta el punto de no tener enemigos (algo inusual en política), sino adversarios. Los Kennedy eran una familia rica, influyente, católica, demócrata y progresista de Massachusetts que comenzó a estar en el centro de atención cuando el padre de familia, el banquero Joe, apoyó a Franklin D. Roosevelt en 1932, al emprender la carrera hacia la Casablanca. Pero, sobre todo, los Kennedy son conocidos desde que John se convirtió, en 1960, en el presidente más joven de la historia de EEUU. Supo aprovechar el invento de la época, la televisión, como en nuestros días Obama ha sabido sacar partido de la red, con Facebook. No es lo único que une a ambos presidentes (Obama parece en realidad un pariente de los Kennedy). Pero, si por algo es conocida esta familia es por las desgracias que le han acontecido. Entre ellas, el asesinato del presidente John en 1963 mientras desfilaba por las calles de Dallas en un descapotable. Sólo cinco años más tarde, su hermano Robert también moría acribillado a balazos en Los Ángeles, cuando estaba inmerso en las primarias del Partido Demócrata para ser el segundo inquilino de la familia en la Casablanca. Nunca se supo porque fueron asesinados ambos hermanos, como nunca se ha sabido si éstas, al igual que otras desgracias sufridas por los Kennedy, fueron fortuitas o no. Hoy, a sus 77 años, se nos ha ido el último gran Kennedy, Teddy, como lo llamaban sus amigos. En la década de los 70 intentó, como sus hermanos mayores, el asalto a la Casablanca: un oscuro accidente de tráfico, en el que murió una colaboradora en 1969, lo apartó de la carrera. Se va Ted, el más progresista de los progresistas de EEUU. La voz de los más desfavorecidos en su rico país. El senador que impulsó la condena del apartheid, que promovió la paz en Irlanda del Norte y que se opuso a las cruentas guerras de Vietnam y de Iraq. En sus 47 años como senador batalló porque todos los estadounidenses gozaran de cobertura sanitaria y, aunque se lo llegó a proponer a Richard Nixon, a Jimmy Carter y a Bill Clinton, nunca logró que se aprobara dicha ley. Con la elección de Barack Obama (en cuya campaña se afanó) se abría un nuevo camino a la esperanza, un camino que, cosas del destino, un cáncer cerebral le ha impedido ver terminado. Porque, pese a los millones de estadounidenses en contra de una sanidad universal, pese a los egoísmos y el interés de la industria farmacéutica, no me cabe dudas de que en esta ocasión será definitivo. Desde el cielo, Ted verá cumplido su sueño. El mío quizás nunca se cumpla, pero seguiré aguardando. Como aguardan cientos de miles de parados a que el Gobierno de Zapatero retoque el decreto y puedan, al fin, ingresar algo de dinero al final de mes, aunque sean 420 míseros euros. Será más fácil eso que tú me llames por mi nombre y aparezcas por la esquina. Más fácil que me mires a los ojos y me digas que me quieres. Más fácil, incluso, de que tengas un ligero pensamiento sobre mi persona y recuerdes la tarde que te protegí de las palomas. Para ello, deberán alinearse los planetas en paralelo. Sí, de igual forma que los señores de la guerra han impulsado a Hamid Karzai, no sé cómo ni por qué, para que siga mandando en Afganistán, cosa previsible una vez resueltas las primeras papeletas. Uribe, con el viento a favor, ese que le otorga la gran popularidad entre sus conciudadanos, en tanto, presiona para aprobar un proyecto de reelección, algo que impide la constitución colombiana, como la hondureña, la misma razón por la que José Manuel Zelaya tuvo que abandonar su país, cuando el Ejército y la derechona, con Roberto Micheletti a la cabeza, se plantaron. Pero eso no sucederá en Colombia, donde siguen mandando los sabuesos y los camellos millonarios, a pesar de la escoba sospechosa para barrer narcotraficantes que guarda en el cajón el presidente Uribe. Más sensata parece Martine Aubry, la lideresa del Partido Socialista francés, capaz de llevar la candidatura a la presidencia francesa a unas elecciones primarias abiertas a todos los ciudadanos. Es la revolución política, el paso aventajado que siempre tuvieron los gallos. Aunque es de justicia decir que ya observé algo similar en la Piazza del Renacimiento, en Roma. Era octubre de 2005 y la unión de centro – izquierda buscaba líder para enfrentarse a Berlusconi. Fue elegido Romano Prodi casi con el 70 % de los votos. Meses más tarde, en abril, Il Professore vencía en las urnas a Il Cavaliere. Como es sabido, poco le duró la alegría. Pero todo lo que hoy cuento dará un vuelco con el paso del tiempo. La vida es así. La historia es así. El tiempo es así. Circular. Todo da vueltas y vueltas como una noria. Así será como los telespectadores encontrarán otra serie de referencia; la saga Kennedy pronto será reemplazada por otra dinastía brillante y desafortunada a partes iguales, y como el decreto de Zapatero ya no será necesario porque la crisis habrá llegado a su fin. Quizás hasta pronuncies mi nombre y me dediques una mirada, para que así no tengan que cumplirse mis pronósticos en aquel desgastado apartamento de Cavour. O tal vez sí: todo lo que tiene a Italia de por medio carece de permutabilidad. Y así será como me quedaré sin ver un nuevo amanecer en tu sonrisa.