La historia del cine está llena de prostitutas. De las Cabiria y Saraghina de Fellini, hasta la improbable Vivian (Julia Roberts) de Pretty woman, muchos directores han creado heroínas memorables de las profesionales del sexo. Pero en pocas ocasiones han mostrado un retrato sin concesiones de la perversidad de la trata de blancas. El siciliano Giuseppe Tornatore lo hizo en su película, La desconocida, la historia de una prostituta ucrania que huye de su proxeneta en busca de una vida mejor. Sinceramente, creo que todos somos un poco prostitutas alguna vez, por ejemplo cuando la vida nos abre dos caminos parelelos, pero diferentes. Tiramos de racionalidad y elegimos el que consideramos que mejor se ajusta a nuestra felicidad. Pero muchas veces la pifiamos. A mí, como a la mayoría de la humanidad, me ha sucedido. Y es por eso que ahora vago por las calles sin ningún sentido, haciendo de la noche mi hábitat y esperando una palabra dulce como quien espera una caricia. Sin embargo, sé que volverán los tiempos llenos de colores, las estaciones plenas de luz. Algo similar le ha ocurrido al cine italiano, que por primera vez en dos décadas abrirá la Mostra de Venecia. La película encargada de ello, no podría ser menos, está dirigida por Giuseppe Tornatore, ganador del Oscar en 1989 por la extraordinaria Cinema Paradiso. Su nuevo filme, Baaria (o Bagheria, nombre de su ciudad natal) es un sentido homenaje a sus inicios. Inicios que comparte con mi amigo Sebastiano Riso, siciliano, sentimental, exquisito y director de cine a tener en cuenta en los próximos años. Tornatore definió Baaria como "una celebración de todo lo bueno que implica ser siciliano y también de las facetas de nuestro carácter que no funcionan". Sin embargo, pretende ser más, un fresco de la historia de su tierra natal y un resumen de la convulsa evolución política de su país. Mientras retrata la entrañable y soleada vida de sus ancestros, la lucha de clases y la salvación a través de la política, la crítica ha echado por tierra todo el filme cuando, en la proyección especial para la prensa, no otorgaron ningún aplauso a la historia. A lo mejor me equivoco, pero por una vez estoy del lado de Silvio Berlusconi ("a los que no les gusta la película no saben de cine"). Quizá sea una de las historias más flojas de Tornatore, pero estoy seguro de que encierra un bello mensaje. En Italia vuelve a ser noticia Il Cavaliere, que ahora trama vender el club de sus amores, el AC Milán, tras más de dos décadas de gestión exitosa. Y es que la squadra rossonera ya no es rentable para la familia Berlusconi. Su posible venta fue tratada con Gadaffi el pasado domingo en Trípoli. El también conocido como Il caimano (Nani Moretti dixit), sin embargo, no se quedó en Libia para conmemorar las fastos por el 40 aniversario de la llegada del autoritario Gadaffi al poder. Si estuvo nuestro Miguel Ángel Moratinos, asistencia que no logro entender, y hasta las autoridades británicas le hicieron un generoso regalo de cumpleaños: la excarcelación del terrorista de Lockerbie. Quizá, la crítica de la Mostra de Venecia debería haber escrito sobre cómo los dirigentes mundiales no abuchean al dictador libio (¿será por unos barriles de petróleo?) y de como ellos sí lo hacen ante sentimientos retratados por un magnífico director de cine. Una historia, unas sensaciones que quizás ellos ni entiendan, pero ante las cuales se sienten totalmente capacitados para juzgar. Yo no lo haré, porque la gente de pueblo somos especiales. Porque sólo nosotros sabemos apreciar esas pequeñas cosas tan bellas para nosotros y tan surrealistas y desfasadas para esos lobos de ciudad que sólo gustan de la postmodernidad. Aunque ésta carezca de mensaje y de emociones. Ya ni siquiera el amor significa lo mismo. Pobre de Erich Fromm si levantara la cabeza.