Hay artículos que se piensan, pero no se escriben. Este artículo lo llevaba rumiando mucho tiempo, pero sólo ahora he sentido la necesidad de escribirlo. Quizá porque ha llegado el momento perfecto, ahora que el diario Público ha emprendido una nueva colección de películas históricas. El próximo jueves regalarán Cinema Paradiso, del gran Giuseppe Tornatore, el director siciliano del que escribía el otro día. Cinema Paradiso más que una película es un canto a la consecución de los sueños, a la vuelta a los orígenes, a la inocencia. Un filme para los que piensan que la vida es maravillosa, que todo va sobre ruedas y que siempre existe una solución para los problemas. Hablo de los altos ejecutivos de la banca (quizá debería escribir La Banca, para diferenciarlo así del triste espacio donde cada mañana se desploman los parados), los verdaderos causantes de una crisis que no les afecta, porque el Estado ha recompensado sus pérdidas con generosos bonus. Estos rapaces se enfrascarán de nuevo en sus burkas cuando todo haya pasado sin advertir que la crisis ha arrastrado más de un millón y medio de empleos que ahora el Gobierno de turno quiere paliar con la Ley de Economía Sostenible, que llega el miércoles al Congreso pero de la que aún nadie imagina ni un ápice. Tampoco mi amigo Dani Pérez, que un día antes se convertirá en diputado por Málaga, sustituyendo así a Magdalena Álvarez, otrora ministra de Fomento, que no sé si partía o si doblá, se encaramó al árbol de Bruselas, donde los políticos vetustos consiguen sabrosos dividendos para su precoz jubilación. Ahora que hablo de la película de Tornatore y de los valores que encarna, me detendré en nuestro partido socialista, un partido que muchas veces olvida que en sus siglas también está inscrita a fuego la palabra obrero. Quizás algunos crean que un puño levantado, unas sílabas de la Internacional y una foto en Rodiezmo (León) rodeado de descamisados (como llamaba Alfonso Guerra a los obreros) y de líderes sindicales vale para cubrir un largo periodo de ausencia. Lo mismo creíste tu aquella tarde de mayo, cuando me subiste en tu Fiat Punto y contaste las estrellas que existían desde Cavour hasta Testaccio, el barrio romano donde sus inquilinas aún cuelgan la ropa de extremo a extremo para secarla. Eso sí que es recordar los orígenes. Algo de eso le falta al PSOE ahora que cuenta entre sus milicias con lo que mi padre llama hijos del cuerpo, es decir, hijos, sobrinos y apadrinados de ilustres socialistas que han fecundado una aristocracia obrera cayendo en el error que les movió hace dos siglos a levantarse contra el status quo. Me ahorraré dar nombres de enchufados para que no cunda el pánico ya que algunos de ellos, pese a todo, son grandes amigos. Me conformaré con leer “Viaje al fondo de la noche”, de Louis-Ferdinand Céline. Se lo recomiendo si son de esos a los que el resentimiento sin motivo les reconcome, si les ha arruinado la vida un amante o si se sienten gobernados en el trabajo por un estúpido. El libro es un tratado divino de la amargura y de la rebeldía. Algo de eso hago yo en este artículo, donde pongo en práctica ambas sensaciones en todo aquello que huela a socialismo, una forma de entender la vida que alberga ideas que se desvanecen como se desvanece Venecia, esa ciudad a la que Thomas Mann calificó de “mitad fábula y mitad trampa”, acosada ahora por el agua y por la incesante avalancha de turistas, que alcanza su cénit en Carnaval. Y así mismo se encuentra el socialismo español, repleto de caretas, no ya entre sus cargos, sino también entre sus vísceras. Las ideas del manual se suavizan o se maquillan por un tremendo miedo a no sé que ni a quién. No entiendo a este partido que dice con la boca pequeña que va a subir los impuestos. ¿Por qué hay que tener miedo, repito? Los impuestos siempre gravan a los que más tienen y, por tanto, es la fórmula perfecta para financiar a los que más lo necesitan. Ni entiendo que se elimine el impuesto de Patrimonio para beneficiar a esos cuatro incrédulos que creen que política social es cazar a cualquier vagabundo el día de Nochebuena, lavarle los piojos y sentarlo en su mesa. El socialismo debe ponerse las pilas, me reafirmo, o pronto entonará un sayonara, despedida que ya han hecho los dinosaurios de la política japonesa, anquilosados, inmaculados de ideas y faltos de compromiso tras 50 años en el poder. El nuevo Parlamento japonés será más joven y tendrá más mujeres, la poderosa burocracia será mermada a favor de medidas sociales y la economía, invernando desde los años 80, verá un nuevo impulso, según el nuevo presidente, Yukio Hatoyama. Mientras, en España, nos hacemos eco de un nuevo informe de la OCDE que augura más paro y más crisis, al menos hasta finales de 2010. Muchos jóvenes de esta generación, la más preparada de la historia de España, verán truncados sus sueños, otros se reinventarán y trabajarán en algo que no les agradará hasta el punto de vomitar sus propias vísceras. Es la única fórmula que tendremos de subsistir ahora que hemos dejado atrás los momentos felices del Gatsby y que tras el concierto de Vetusta Morla, Salamanca (como el resto del país) volverá a ser un semillero de penurias y sensaciones de fracaso. Al menos, mientras resuenan las letras del grupo madrileño, nacidas en un trastero de Tres Cantos con la ilusión del que empieza algo importante, habrá un lugar para la esperanza. Luego tendremos tiempo de reflexionar sobre aquello que queremos. O de cambiar las directrices que sigue nuestro partido. Para algunos Rodiezmo no es el Parnaso. Y es que en ocasiones, una imagen no vale más que mil palabras.