A sus recien cumplidos 75 años, Sophia Loren sigue excultante. La diva italiana, mujer y símbolo, estrella para todas las generaciones, seductora a una edad delicada en que provocar emociones puede ser peligroso, tiene el mundo a sus pies. Hace mucho (veinticuatro años exactamente) que no aparece en ninguna película. Este año se ha puesto de nuevo delante de la cámara. Casualmente, el ayudante de dirección de ese filme es Sebastiano Riso, un hermano más que un amigo. Sebastiano tiene lo que podíamos denominar como buena estrella. Aún es un joven y ya ha participado en multitud de películas como ayudante de los mejores directores italianos. Ahora, tendrá la suerte de compartir rodaje con uno de los mitos vivos más importantes del celuloide. Sebastiano es de esos seres a los que siempre quieres tener cerca. Todo lo que toca se convierte en oro y por eso siempre he confiado en él y en su carrera cinematográfica. Muchas tardes, en la soledad de mi escritorio, comienzo a darle forma a un guión porque sé que, por malo que sea, cuando Sebastiano le de forma será una historia fantástica. Seguramente, Sophia Loren no conozca las grandes cualidades de mi amigo, aunque bastaría con que Sebastiano le dejase admirar algunos de sus espléndidos cortometrajes. Desconozco quien protege a Sebastiano en esta siempre difícil industria. No sé si es alguien fuerte o no, pero lo que si sé es que ésta es una práctica habitual en el cine italiano. Sin ir más lejos, y a pesar del Oscar y el Globo de Oro, el mayor triunfo de Sophia Loren ha sido ser la esposa y la madre de los hijos de Carlo Ponti, 22 años mayor que ella. No es el único caso protector: Dino De Laurentis lanzó a Silvia Mangano y a Gina Lollobrigida y Franco Cristaldi, años más tarde, haría lo propio con la exquisita Claudia Cardinale. Cuentan las biografías que, de la mano de Ponti, Sophia aprendió idiomas e historia con un profesor que también actuó como espía de los diversos pretendientes de la belleza italiana. Cary Grant y Frank Sinatra competían por su amor. Durante el rodaje de Guerra y Paz en Madrid, Grant estuvo a punto de llevarse el premio. Pero Ponti se presentó de repente en la ciudad, se llevó a Sophia a México y se casaron. Sophia fue siempre fiel al productor italiano. "Es una diversión a la que yo no juego", dijo una vez cuando le preguntaron acerca del adulterio. Una bella historia la de Ponti y Sophia Loren, digna de una gran película. En la vida real no suceden estas cosas. O al menos no suelen salir bien. Recuerdo cuando en mayo de 2008 volé a Roma en busca de sus ojos. Como aquella tarde en el parque de Celimontana busqué sus manos que por primera vez fueron distantes, y como el dolor penetró en mi cuerpo cuando la abracé bajo la atenta mirada del Coliseo. Pasaron los días y me fui diluyendo como un azucarillo, consciente de que mi aventura no había tenido la acogida esperada. En mis adentros escuché esos ritmos casi tétricos de la banda sonora de Psicosis, la película de Hitchcock. Y es que el amor no siempre sale airoso. Quizá en aquella ocasión me falló mi buena estrella. En realidad, no he dejado de buscarla desde entonces. En estos casi dos años, la verdad, es que no me ha salido nada bien. Podrían hacerse muchos guiones con mi vida. Por quien brindo, no podía ser menos, es por Maribel Verdú. Fue mi icono sexual de adolescencia. A muchos le pasó lo mismo. La simetría de su fortuna (y su incasable trabajo), de su buena estrella, la ha convertido en una de las máximas autoridades del cine patrio. Ahora ha recibido de manos de Ángeles González-Sinde la Medalla de Oro de la Academia del Cine, el máximo galardón que otorga el ministerio de Cultura. Habiéndolo recibido de ella (guionista del filme que catapultó a Verdú), auguro que la actriz mantendrá su buena estrella. Y así ha sido como el amor y el cine, al menos por esta vez, han servido para aparcar esta terrible crisis que vivimos.