Thaksin Shinawatra, primer ministro tailandés estaba en Nueva York, en la sede de la ONU, representando a un país al que ya no representaba. A la misma hora, el Ejército había tomado las calles de Bangkok, donde los rumores del golpe de Estado hacía semanas que circulaba. Su ejecución representaba la culminación de meses de presiones opositoras en busca de la dimisión del jefe del Gobierno, acusado de corrupción y abuso de poder. Los generales tailandeses regresaban así al protagonismo político del país tras 15 años entre bambalinas y han erigido su propio órgano de reforma política con la bendición real. La monarquía tailandesa ha dado su beneplácito al movimiento. Han seguido la vox populi porque hace meses que el primer ministro se ha quedado sin crédito entre su pueblo. El motivo, que Shinawatra abusaba de su poder y era un mandatario corrupto. Conocido como el Berlusconi tailandés por los políticos occidentales, el depuesto gobernante construyó una riqueza en torno al mundo de la comunicación antes de ser político, al igual que el italiano. Tailandia es una seudodemocracia . Allí, el rey tiene condición semidivina y los militares han protagonizado 18 golpes de Estado desde la implantación, en 1932, de la monarquía constitucional. Sorprende por eso la invocación a las instituciones democráticas a cargo del mismo jefe golpista de esas fuerzas que con tanta frecuencia las han pisoteado. Ahora se abre un futuro incierto para Tailandia. Muchos señalan al gobernador del Banco Central, Pridayadhorn Devakula. como posible candidato a ser el nuevo primer ministro. No es una mala noticia que los tailandeses cambien a sus líderes, pero deben hacerlo mediante las urnas. El país estaba pendiente de nuevas elecciones parlamentarias después de que el Tribunal Constitucional anulase las celebradas en abril pasado, que fueron boicoteadas por la oposición y ganadas por el partido del primer ministro. El golpe militar ha liquidado el calendario político y abierto un alarmante horizonte. Nada más urgente en Bangkok que los militares cumplan su promesa de volver inmediatamente a los cuarteles y que devuelvan la autoridad usurpada a un legítimo poder civil. Sino, cualquier levantamiento contra el poder carece de sentido y legitimación, si no es para devolver el poder a quien lo tiene y a quien debe usarlo: el pueblo. Realizar algo diferente sería dar un paso atrás. Esperemos a ver los proyectos que tiene la corona tailandesa para su país, entonces será momento de analizar.