Recientemente, el Gobierno ha anunciado el crecimiento de la economía española de este año. La progresión de la renta nacional se ha situado en un 3,6%. En términos europeos, somos el país con mayor crecimiento de PIB. Y esto no es nada nuevo, sino una tendencia que se mantiene desde los años sesenta, cuando los países del viejo continente comenzaron a crecer. Una edad conocida como golden age, verdaderos años de oro que repercutieron positivamente en toda Europa. Pero la llama se fue apagando y luego los mayores crecimientos de PIB se han venido dando en EEUU y, en la actualidad, en ciertos países asiáticos. España, aunque parezca mentira, sí ha mantenido esa tendencia al alza. Sin embargo, a pesar de este mayúsculo crecimiento, el cual poco o nada tiene que ver con colores políticos, España es un país con una competitividad nula o escasa. No sólo la competitividad nacional pierde terreno frente a otros competidores. También el resto de Europa lo hace. Entre las causas, la rebaja de la Comisión Europea del objetivo marcado en la Cumbre de Lisboa del año 2000. Allí los europeos nos comprometimos y fijamos invertir el 3% del PIB europeo en I+D (Investigación y Desarrollo). Ahora sólo se invertirá el 2,6%. Lo peor es que la brecha se agranda: el diferencial de inversión con EEUU se ha duplicado desde 1995 y China gasta en I+D la mitad que todos los países europeos juntos cuando hace diez años invertía cinco veces menos. Sí, la economía española sigue creciendo (3,4%), pero su productividad no lo hace al mismo ritmo (0,6%). Según los expertos, el motivo de esta baja tasa es el excesivo peso de la construcción en nuestra economía y el escaso esfuerzo tecnológico de nuestras empresas. Los datos no dan lugar a dudas: en el primer semestre de 2006, casi el 31 % de la inversión de las empresas se destinó a vivienda. Sólo el 16,4% se empleó en maquinaria. Como dice Carlos Mulas, profesor de Economía de la Universidad Complutense de Madrid, la construcción no es mala, lo que tiene una incidencia negativa es el enorme peso en la economía de la vivienda. La solución es invertir más en infraestructuras y menos en la creación de nuevas residencias. Pero en España encontramos el problema de tener una economía, la del ladrillo, sumergida dentro de otra. No sólo el empresario es el culpable, muchos políticos han tenido culpa en ello. Una nueva Ley de Suelo ya. Y para evitar posibles futuros problemas, que comience el derribo en toda España de las miles y miles de casas ilegales. Nuestra vida, nuestra salud, nuestro medio ambiente lo merecen. No sólo de ladrillo vive el hombre.