El resultado de las elecciones catalanas nos deja un horizonte poco esperanzador para la estabilidad política, incluso para la estabilidad española. Más que un horizonte se atisba un laberinto. Porque las urnas dejan todo queda como estaba. En estos comicios pierden votos todos los partidos excepto Iniciativa per Catalunya (ECV), aunque todos ellos se afanen en congratularse. Pierde la democracia, la primera dagnificada por la elevada abstención, la más alta desde 1992. El escrutinio no deja nada atado, ahora tendrán que ser los pactos los que resuelvan la difícil situación. Todo apunta hacia la reedición del tripartito, aunque las voces que apuntan hacia la sociovergencia (pacto entre los nacionalistas de CIU y el PSC) cada vez pululan en más ámbientes y están más distendidas. El mayor defendor de este pacto es Rodríguez Zapatero, que no quiere ver como día tras día el gobierno socialista catalán lo deja en evidencia y tensa la cuerda (sobre todo la económica). Y eso, dejarlo en evidencia, lo conseguía día tras día el padre del Estatut, Joan Maragall, y sus socios de gobierno de ERC. Maragall ha sido una pesadilla para Zp desde que éste llegó a la Moncloa y ahora prefiere ver envestido de President a Artur Mas que a su antiguo ministro de Industria, José Montilla. Por si las moscas.