21 agosto 2007

EL TREN DE LOS SUEÑOS

Una mañana en un vagón de tren puede cambiarte la vida. Me gusta viajar en tren. Es cómodo, directo, rápido y entre paisaje y paisaje en la ventanilla puedo mirar tus ojos negros perdidos en ese halo de luz que encuentras en... la ventanilla. Cuántos sueños reflejados, cuántas historias confiadas. La ventanilla del tren del Cercanías es mi ventana al mundo. Con ella intento evadirme diariamente, un par de horas, mientras voy y vuelvo del trabajo. Horas perdidas como perdido será este lamento por aquellos niños asiáticos, africanos y sudamericanos que jamás contarán historia a su ventanilla de tren porque ya tienen bastante con seguir respirando una mañana más en ese mundo hostil que las ha tocado vivir. Ellos no montan en tren, a ellos el tren les pasó por encima. El mundo es injusto. Uno de cada cuatro niños en el mundo está desnutrido y una cantidad elevadísima (prefiero no dar cifras porque os asustaría) sufre trabajos forzados. Aún así, el hermano Schwarzshoow, un vecino mormón que intenta venderme la moto, sigue confiando en que un día aparque mis veleidades y crea en ese Dios al que tanto asco le tengo. Pero soy humano y los miedos me carcomen, así que cada noche le rezo para que no tengamos que sufrir un terremoto como los peruanos o al huracán Dean como en Norteamérica. En Pisco ya entierran a sus muertos. El terremoto les ha quitado todo lo que tenían, incluso la endeble vida. Familias enteras han perecido y los únicos supervivientes se afanan en dar sepultura a quienes tanto han querido. El cementerio es un caos, porque el seísmo lo ha destrozado. Entierran a las víctimas en tumbas improvisadas. Su pobreza extrema (de cuerpo y espíritu) ya está cansada de tener que convivir huyendo a menudo de cualquier fenómeno climático. Me vienen a la memoria imágenes del Katrina, un resfriado en la casa del poderoso que se convirtió en una pulmonía. Aquel episodio generó un sentimiento de vómito moral sobre el presidente Bush, que no puso toda la carne en el asador para salvar muchas más vidas humanas. El capitalismo es la cara amable de la bajeza. Una bajeza moral, pero bajeza al fin y al cabo. Y mientras Gallardón vuelve a postularse para el Congreso, Acebes y Aguirre vomitan contra él y el Real Madrid es menos Real que nunca, la ventanilla del tren al que cada mañana me subo, me ha devuelto un halo de luz. Es el reflejo de tu rostro. Tus ojos me dicen que sueñas con un mundo mejor y más justo. Tú, como yo, no quieres que el Cercanías de Barcelona sea el único que mejoren tras el verano. Los sueños en el tren son más bonitos cuando todo funciona bien. La vida es maravillosa cuando detrás de la ventanilla de un tren descubres, un universo plagado de colores.