Cuando desperté ya estaba allí. Levanté mis parpados cansados y la tristeza se apoderó de mi alma, como si el dolor fuera parte del Ego. Decidí levantarme e investigar donde estaba. Era un hospital de un país lejano, subdesarrollado. A mi alrededor, pacientes inconscientes en catres esparcidos por la recepción, desconchones de pintura en unas paredes de las que nadie se había preocupado en años, viejas gritando, madres con los ojos ensangrentados y criaturas que aún no habían dicho sus primeras palabras y que ya nunca podrán articularlas. Un hedor a tinieblas me hizo vomitar. Salí tan rápido como me permitieron mis muletas. Pero en una sala de recuperación escondida al final de un pasillo tenuemente iluminado, un grupo de pacientes reía. Entré a compartir su alegría. Fue entonces cuando sentí una mano en mi hombro y una voz cansada me llamó papá. Lisiado por el dolor en mi pierna, tardé aún unos segundos en volver la mirada, sorprendido. Era la sala de enfermos mentales. Y entonces comprendí que el dolor del alma es más insoportable que el físico. Quise recordarte, pero entonces ya era demasiado tarde. Roma ardía en la memoría como arden las fallas cada 19 de marzo. El silencio se apoderó de mis entrañas y entonces comprendí que estaba lejos de casa, muy lejos. Mamá había apagado la luz aquella noche y no volvió jamás. Quise internarme de nuevo en la sala de enfermos mentales y llamarla por su nombre. Reprimí mis veleidades como tantas otras veces reprimí mis sentimientos. Leo en el periódico que Ilyas Shurpayev ha muerto. Moscú es hoy poco menos que el infierno. Ilyas había sido asesinado. Son los riesgos de nuestra profesión, el periodismo. Shurpayev tenía información demasiado molesta para las autoridades rusas. Había que hacerlo desaparecer, como al ex espía Aleksandr Litvinenko, o antes, a la también periodista Anna Politkóvskaya. Demasiado riesgo para Putin y sus secuaces. La libertad de expresión anda mendigando por la estepa siberiana. Más duele esa herida que ésta de mi pierna, por la que me desangro. A Shurpayev, su periódico le prohibió escribir. Su último artículo fue ¡Ahora soy un disidente! Lo somos todos. Anochece. No sé que me duele más en este turbio hospital. Si la herida, el nombre o las entrañas. A Chantal Sébire le dolía la vida. Por eso apereció muerta en su propia casa. Ella lo pedía, mientras las autoridades francesas le negaban la eutanasia y el derecho a morir con dignidad. Sin dignidad murieron millones de judíos en los campos de exterminio nazi. Ahora, la canciller alemana pasea su vergüenza ante el Knesset, el Parlamento israelí, y el mundo entero. Leo un informe de la Fundación INDEM. Dice que desde el año 2000 la corrupción se ha multiplicado por diez en Rusia. En el país de Putin (sigue siendo suyo, no nos engañemos), sube la calidad de vida, pero la calidad democrática de años atrás ha desaparecido. Hoy, la herida de mi pierna es sólo un simple rasguño comparado con el dolor de mi alma.