Bajo la tiranía del franquismo, sus prohibiciones y sus necesidades, los españoles encontraron en el humor la mejor terapia. A ella, en ocasiones, añadían la ironía. Era la única forma que tenía la prensa no oficialista de informar con objetividad. Criticar al régimen, o al propio Franco, era delito en la época. Aunque siempre había alguna forma de criticar sin que los medios de control (y opresión) del franquismo lo advirtieran. A finales de los años 60 comenzó a actuar un dúo de humoristas llamado Tip y Coll. Al finalizar sus actuaciones dejaban caer un y mañana hablaremos del gobierno. Era la única fórmula posible para hacerle ver a la España de la época la situación política que soportaba. A la muerte de Franco, nuestro país comenzó a conocer una apertura que ni los más optimistas (o comunistas) del país podrían haber imaginado. Y fue así como comenzaron a salir a la luz los trapos sucios de 40 años de miserias. Acabados los JJOO de Pekín, ha llegado el momento de criticar al régimen chino. Porque, antes o durante la celebración olímpica, ninguna voz política, social o económica ha osado en llamar a China por su nombre: dictadura. Y es que la primera premisa del COI al elegir la sede para unos JJOO debería ser que sus ciudadanos no tuviesen ataduras de ningún tipo. Me resulta impensable imaginar a Barcelona albergando un acto de tal magnitud bajo el yugo de Franco, ¿por qué China sí los ha podido celebrar? Nadie recuerda (o no quiere recordar) lo que en 1966 se dió en llamar la gran revolución cultural del proletariado, un movimiento desde el cual se perseguía ideológicamente a todos los chinos que no seguían las tesis de Mao. Tanques contra personas. Armas contra ideas. Ya nadie recuerda (o no quiere recordar) que China es el país en el que más penas de muerte se ejecutan cada año. Nadie recuerda (o no quiere recordar) la elevada corrupción política bajo el mandato de Deng Xiaoping en los años 80 (ese era un país comunista e igualitario, sí señor). Ya nadie recuerda (o, insisto, nadie quiere recordar) el más de medio siglo de invasión china en Tíbet, las purgas de sus habitantes, la destrucción de sus tesoros artísticos, literarios y arquitectónicos. La matanza, en 1979, de miles de monjes tibetanos, o, su captura y posterior reclusión en campos de concentración. O más recientemente, el movimiento de liberación tibetano (auspiciado por sus monjes y el Dalai Lama) sofocado por China con tanques y asesinatos masivos y exhaustivos. Año 2007. Así es China, el país que ha sorprendido al mundo en los JJOO. Así, aunque muchos hayan querido esconder lo evidente o lo hayan callado momentáneamente. Entre ellos, el presidente del COI, Jacques Rogge, más preocupado de que no existiesen apuestas ilegales en Pekín, de los anabolizantes y del favor político chino que de sus ciudadanos, sus derechos y la libertad del Tíbet. Por no hablar de Bush, Sarkozy y compañía, que habían prometido no acudir a Pekín en señal de oposición a la postura opresora de China en el Tíbet. Otra oportunidad perdida. Y ahora, ahora sí, hablemos del gobierno (lo nuestro, con sus silencios, sus ansias y sus miedos, lo nuestro, ya no tiene remedio).