Acababa de llegar. Apenas llevaba una semana despertándome frente al mar en una ciudad tan íntima como desconocida. Los pasillos de la casa se me hacían eternos, por eso siempre trataba de buscar alguna tarea que me mantuviese ocupado. Me sentía como una especie de Mimi Siku, el chico que cambiaba la selva por la modernidad de la gran ciudad en aquel magnífico largometraje titulado “Un indio en París”. Era inevitable hacer comparaciones con otras experiencias vitales. Cuando llegué a Roma, la ciudad dormía lentamente, despedazándose en la pereza de la noche. En la lejanía sonaban las sirenas. Los últimos autobuses, llenos e iluminados, recorrían la ciudad por un asfalto húmedo, mientras en el interior del vehículo un hombre se afanaba por colocar una pila de periódicos. Miré entonces hacia ellos y clavé mi mirada en la fecha. Y me di cuenta de que en el trayecto de aquel viejo autobús había desarrollado mis dos primeras semanas de vida en Roma. Entiendo que tengas miedo a los pájaros, que vuelan de un lugar a otro huyendo de sí mismos. Mis alas son este blog, mi equipaje, ligero. La vida es efímera y yo aún trato de encontrarte. Creí hacerlo entre las ruinas de una ciudad tan eterna como tu nombre. Pero mi segundo intento se despeñó por donde caen los silencios del olvido. La nueva ciudad ya no me parecía tan frenética. Era mi hogar. Y aunque durante largo tiempo fui escéptico a ser profeta en mi tierra, quise tener la oportunidad de sacudir mis veleidades al vaivén de las olas. Aprobé el cambio después de comprobar que la tranquilidad se había apoderado de mis fantasmas. Pero a veces tenía la sensación de haber dejado en el camino muchos sueños, muchas oportunidades y muchos euros. Nada importa ahora que Alitalia está al borde de la quiebra y todos los recuerdos un poco más lejanos. Tuve la intención de dar un paso hacia atrás, de volver al lugar donde había rozado el éxito con las yemas de los dedos. Porque ni mi hogar pareció pertenecerme. Pero entonces enfilé aquella calle de sentido único en el corazón de la nueva ciudad, llegué a una puerta enorme de madera recién restaurada y enfilé el flanco izquierdo de aquella exuberante escalera de mármol blanco (unos versos de Montale discurrieron por todo mi cuerpo como si estuviera vacío). Abrió la puerta una señorita muy amable y de corte oriental. Al fondo de la lujosa sala, una mirada ausente, perdida entre libros de legislación y una pantalla de ordenador. Me habían encomendado una misión de alto riesgo. Y allí estaba yo, dispuesto a entregarte aquella carta. Con ella se iría una parte de mí. Y desde entonces te recuerdo, y recuerdo, como enfilé aquellos peldaños por la izquierda, acertando a completar el galimatías del pensamiento moderno. Me preguntaba por la ausencia de ideas en el campo de la izquierda desde la caída de la URSS. Según Sunder Katwala, ideas hay, lo que no hay en muchas ocasiones es capacidad para comunicarlas. Obviamente, los medios de comunicación de masas son negocios costosísimos y es raro ver empresarios de izquierdas. Además, según apuntó Lakoff en su libro “No pienses en un elefante”, hay una gran incapacidad para presentar las ideas progresistas de un modo desacomplejado, sencillo, directo y atractivo. Ya ves como bastante de los elementos novedosos y atractivos de la nueva derecha europea están copiados de la izquierda. Así es como los listos del PP se están apropiando de un espacio que no les corresponde. La estrategia de Gallardón en TVE fue un claro ejemplo de ello, ahora que Miss Aguirre anda más preocupada de encauzar los caudales de “sus” ríos hasta bolsillos amigos. Por eso no digas que no te necesito para mi batalla de ideas e ilusiones. Por eso no digas que no te necesito para descubrir esta ciudad llena de interrogantes. Sus esquinas han vuelto a pertenecerme desde que tus ojos vinieron a recibirme. No digas que no. O me lanzaré a la calle en busca de fervor.