De pequeño tenía un amigo que vivía en la calle Defensa, justo enfrente del parque. Un espacio que nos cargaba con una energía especial. Nunca nos cansábamos de subir y bajar en bicicleta por las cuestas de las barrancas, de rodear el anfiteatro, de asomarnos a la verja del Museo Histórico Nacional, de disfrutar a la sombra de los árboles… Aunque a mí nada me cautivaba más que asomarme a la barandilla de troncos del mirador hacia el lejano río. Trataba de imaginar cómo habría sido aquel lugar cuando las aguas aún besaban la tierra allí donde ahora los coches atraviesan el Paseo Colón, de visualizar las primeras casas, los alrededores vacíos... Sólo pampa y soledad. Siempre me costó mucho ver llegar la modernidad a la ciudad, tal vez porque igual que a Borges, a mí también “se me hace cuento" el nacimiento de Buenos Aires. La juzgo tan eterna como el agua y el aire. El paso del tiempo ejecuta la transición de los elementos, de los espacios, de la materia. Buenos Aires hoy ya no es el Buenos Aires en que Georgia paseaba bajo las farolas soñando escenarios y repartos imposibles. Ahora, la ciudad poco se parece a aquella urbe que había dejado atrás antes de iniciar su breve, pero intensa, aventura italiana. Aquella ciudad pasional que enamora a todo el que la visita. La Recoleta, el barrio de La Boca, Palermo, Belgrano, Avenida 9 de Julio, Corrientes... La ciudad más hermosa del mundo: Buenos Aires. Argentina, un país a la deriva económica, política y social en diciembre de 2001 venció miedos y miserias. Ya no es el país al que, en los años 70, muchos auguraban un futuro espléndido. Los políticos corruptos, las privatizaciones de los años 90, el mal reparto de la riqueza (y de las oportunidades) y la explotación extranjera sumieron al país en un caos del que poco a poco va saliendo, aletargado por su alta inflación y la alta deuda que hasta hace pocas fechas soportaba. Ya no hay corralito ni crisis financiera, ni peligro por una confrontación civil. Pero quedan las marcas de un país herido. Aquel que me dicta las diferencias entre los iguales. Hoy, en la bella, pasional y gran urbe que es Buenos Aires, la justicia social ha desaparecido. Antes, gentes de todo el mundo venían buscando una oportunidad. Incluidos españoles e italianos, que llegaban en masa. Ahora, somos nosotros los que abandonamos este barco a la deriva. Nos descubren una luz al final del túnel, pero ya somos muchos los que hace tiempo dejamos de fiarnos. En ocasiones, a 30000 kilómetros de casa (Georgia dixit) pienso en mi infancia, en aquel amigo que se quedó padeciendo miserias en la ciudad, en aquellos paseos en bicicleta y en los deseos de encontrar todo igual cuando fuésemos viejos. Despierto del sueño y contemplo que la realidad siempre es distinta. Los últimos casos de corrupción, la revuelta campesina y la turbia victoria de Cristina Fernández Kirchner (caso del maletín incluido) nos ha devuelto a las sombras. Y no hay soluciones a la vista. En 2010 llegará un nuevo mundial de fútbol, ganará Argentina y, entonces, el pueblo al menos tendrá una razón para no capitular de sus vidas. Pero todo quedará eternamente como estaba.
a Luciana Carlopio, argentina