Esta es la historia de un alto en el camino, de un dolor suspendido en el tiempo para que deje de ser dolor. Es la elaboración de un luto (según la expresión freudiana) y, aprovechando esa triste circunstancia, el relato de la elección de un nuevo rumbo. En El año del pensamiento mágico, la escritora californiana Joan Didion escribe: "la vida cambia rápidamente. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conoces termina". Algo similar sucede en Caos Colmo, obra del florentino Sandro Veronesi. El protagonista, Pietro Paladini, es un ejecutivo de televisión que vive con su pareja, que tiene una niña de 11 años y que sufre un episodio similar. La familia reside en Milán, pero ahora están pasando unas vacaciones en la Maremma. Su mujer y su hija se han cansado ya de la playa y él se ha quedado con su hermano haciendo surf. De pronto, dos personas están a punto de ahogarse y ellos no dudan en auxiliarlas. Y en ese preciso instante en el que Pietro salva la vida de unas desconocidas, su mujer se desploma inerte en el jardín, en su ausencia. El dolor es lacerante y noquea a Pietro. Pero tiene que afrontarlo. En la vida real, muchos tenemos que hacer lo mismo. Pasa casi a diario. El pasado, las vivencias, las ilusiones futuras... dejan paso al más cruel de los vacíos. Diego Vaya, un poeta sevillano, lo plasma en su Libro del viento. Lo leo y lo releo esperando encontrar respuestas que nadie tiene. Admito que sus palabras me han ayudado a reconocer que la vida sigue, que nadie podrá conmigo ni con lo que te he querido. La vida es como una playa: las olas vienen y van. Aunque hay cosas que nunca cambian: el Madrid volviéndo a ser campeón de liga, la derecha batallando nombres en lugar de ideas, la Iglesia coartando nuestra moral a pesar de que la izquierda haya impedido que se suprima la Biblia en las tomas de posesión, Rouco ladrando... El Gobierno ha dicho que no será flexible: va a defender a ultranza la laicidad. Y entonces te enteras entre bambalinas que hace apenas diez días la cúpula episcopal estuvo a punto de decidir el despido de Jiménez Losantos, que Rajoy pidió sin éxito neutralidad eclesial en el proceso que está viviendo el PP y que el nuncio Monteiro de Castro, tachado de masón por La Cope, ha transmitido a Roma su indignación. Informaciones y comentarios de la más diversa procedencia coinciden en dar cuenta del hostigamiento a Mariano Rajoy desde la cadena radiofónica propiedad de la Conferencia Episcopal. Algunos se preguntan qué fue de la Iglesia de la Concordia, la que condujo por los senderos de la reconciliación el cardenal Vicente Enrique y Tarancón en las postrimerías del franquismo y en el inicio de la Transición. Pero estamos acostumbrados. La Iglesia, amigos míos, siempre será la Iglesia. Así arda Roma o Carrillo sea papable. Los comunistas españoles siguen en su travesía de desierto, intentando recuperar el invento de IU, y así, claro, Rouco se crece. Hasta le salen sobrinas buenorras en la Interviú. La Iglesia siempre sorprende. Ese quizás sea un mal endémico de nuestra sociedad. Lo malo es que siempre que te sorprenden, acumulas una nueva decepción.