17 febrero 2008

PASEOS POR ROMA

Tengo la impresión que no lees estas letras y que, si lo haces, no muestras mucho interés por lo que escribo. Será porque soy demasiado visceral, pero te veo en todos los lugares, en todas las cosas (excepto leyendo este blog). Me he sacudido los miedos tras las sombras para poder sonreírte. Y eso muy a pesar de que nunca vuelvas y que tu voz, cada vez, sea un eco más lejano. He aprendido que después de ti vendrán muchas otras, que caeré tantas veces para comenzar de nuevo... Mi tristeza es inmensa. Querría adorarte siempre. Querría pasear por Cavour, abrigado con la luz de tu sonrisa, descubriendo las mil Roma que existen. Desde que Eneas, mediante engaños con el rey de Alba Longa, lograra renovar la estirpe troyana en las colinas del Lacio, o desde que la Loba Capitolina amamantara a los vástagos Rómulo y Remo, la ciudad ha poseído el don proteico del cambio de forma. Está la Roma de Virgilio, de Horacio y la de Tito Livio; también la de Michel de Montaigne, cuya mayor alegría fue que le hicieran ciudadano de esa ciudad; la del Aretino, la de Delicado; la de nuestro Quevedo, que inmortaliza a Roma en la versión del soneto que Du Bellay dedicara a la capital y que, luego, atisbó con justicia Pound; desde luego la de Chateaubriand; la de Goethe, que vivió con intensidad su Carnaval; la de Nietzsche, que se horripiló en la Plaza Barberini; la de Joyce, que paseó por sus calles aterrado también, pero por otros motivos; está la de Fellini y Rosellini y la de Moravia, con sus chicas de vientre ligeramente arqueado, y está la de Ana Magnani y hasta la de Alberti, peligro para caminantes, y nuestras vivencias de la ciudad, claro, y con todo derecho. Pero quisiera destacar aquí, y quizá por ser, aún hoy día, la guía de viajes mejor escrita de todos los tiempos, Paseos por Roma, de Stendhal, por lo que tiene de invención de un tiempo, de descripción de la atmósfera irrepetible de una época y que pocos antes y después de él han conseguido crear. Roma, urbi et orbi, universal y babilónica, meretriz del mundo y ciudad santa, tumba del hombre y simiente generatriz. Y luego está nuestra Roma. La Roma que guardo en mi memoria. La Ciudad Eterna y para siempre. Barack Obama, senador por el Estado de Illinois y precandidato del Partido Demócrata, ha roto paradigmas y estereotipos, y aparece ya en las encuestas como el candidato demócrata con mayores posibilidades. Los estadounideneses, al margen de su origen étnico, social o político, se han incorporado a la cruzada electoral encabezada por Obama, que con un discurso alejado de la retórica y de convencionalismos, se ha convertido en la gran esperanza de un pueblo que en los últimos años ha visto caer su hegemonía en el mundo. Con una sólida formación académica, realizada mediante el esfuerzo individual y familiar, y una vinculación permanente con las comunidades más pobres de su Estado, Barack Obama es poseedor de una sensibilidad especial que le permite defender la realidad de su país y plantear alternativas objetivas, sólidas y eficaces. Obama no recurre al discurso de la misericordia ni asume el papel de mártir, pero entiende a los que viven las minorías, sus problemas, sus angustias, y plantea opciones y alternativas. Su rechazo a la guerra de Iraq desde un principio mostró, no sólo la determinación del senador de Illinois, sino también su capacidad política, al presentar un plan para contrarrestar los desastres en Oriente Medio. Desde su origen afroamericano lanza una consigna de unidad para su país y para el continente: no hay una América blanca, otra afroamericana y otra hispana. Hay una sola América.