08 enero 2009

LLUEVE SOBRE GAZA

El 25 de junio de 2006, un comando de los Comités Populares de la Resistencia abandonó la franja de Gaza a través de un túnel, mató a dos soldados y secuestró a un tercero en el puesto militar hebreo de Kerem Shalom. Este hecho desencadenó la furia del primer ministro israelí, que ordenó iniciar la operación Lluvia de Verano, una cruenta incursión militar en la que perecieron varios cientos de personas, la mayoría civiles. Testigo directo de ello fue Hernán Zin, un periodista argentino que permaneció durante dos meses en Gaza cubriendo los hechos. Recogió el testimonio de las víctimas, sufrió junto a los habitantes de la franja la falta de suministro eléctrico, de agua, alimentos y medicinas, en lo que la ONU ha calificado como "la peor catástrofe humanitaria" que jamás ha padecido la región. Fruto de aquellas miserias nació Llueve sobre Gaza, una recopilación de todas esas vivencias, narradas desde la perspectiva del observador que, pese a haber visto muchas cosas, no termina de comprender el porqué del horror de la guerra. Desde hace 13 años, Zin se dedica a recorrer el mundo para realizar documentales, escribir reportajes y libros, centrando siempre su labor en los colectivos más desprotegidos, en dar voz a quienes se encuentran en el último peldaño de la escala social, realizando un periodismo de a pie, junto a la gente. Yo siempre he creído en la labor social del periodismo. Y pienso en cómo podría yo realizar la misma función que Zin sin alas, coartado aquí en una triste oficina que pronto echaré en falta porque seré un número más en las lista de desempleados, que en enero ya supera los tres millones de personas. Sólo el mar ofrece una salida, o esa es la esperanza que Zin otorga a los palestinos en el primer capítulo del libro. Para ello utiliza la metáfora de las olas del Mediterráneo. Así de implacable es el castigo colectivo impuesto por Israel a Gaza, como las olas que rompen con furia en la playa. Toman altura, avanzan y se precipitan en la arena. Su ahogado clamor oculta el sonido de los tanques que esta mañana han comenzado a disparar sus obuses contra los pueblos del norte de la franja de Gaza. Durante unos segundos me olvido del dolor, la rabia y la muerte que nos rodean. Una vez más me digo que éste podría ser un lugar de extraordinaria belleza. Y te imagino corriendo por estos prados, más verdes, más alegres. Observo la arena reverberante de luz, el cielo azul, límpido, surcado de nubes blancas. Siento la brisa cargada de sal y humedad que emana del mar. Sólo es una tregua momentánea, ilusoria. Cuando los aviones no lanzan sus misiles y los tanques dejan de disparar, la escasez de agua, de electricidad, de alimentos y medicinas, la brutal miseria se encarga de recordarnos que más allá de las fronteras de esta estrecha porción de tierra hay alguien que ha tomado la decisión de vengar una afrenta. Sólo el mar Mediterráneo ofrece el vago espejismo de una salida, de una escapatoria. Quizá debido a que su vasta presencia habla del paso del tiempo, de los hombres que a lo largo de los siglos fatigaron sus aguas pletóricos de sueños, de nostalgias, de anhelos de poder. Tarde o temprano, todo pasa. La vida misma es una experiencia efímera. Y el amor. Como dice el poeta, el desamor forma parte del amor, como la muerte forma parte de la vida. Está pasando. Y cada segundo que pasa es como una eternidad que se escapa, una oportunidad perdida de lanzarse a ese mar que todo lo arrastra, o eso pensamos. Mientras las bombas siguen recordando en Gaza el poder del vecino hebreo y matando a inocentes en una respuesta militar desmedida (poco o nada sufrirá Hamás el ataque), en Madrid, ZP otorga su apoyo al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. La ofensiva cumple hoy 13 días. La tragedia se ha llevado cientos de vidas de inocentes y el esfuerzo de todo un pueblo: instituciones, universidad, colegios y hogares han sido destruidos. Para Israel, cada víctima caída es un escudo humano de Hamás, un terrorista vestido con ropa de civil. Para la perversión de las mentes políticas no hay remedio posible. Seguirá lloviendo sobre Gaza aunque Obama haya propuesto una fuerte intervención en la economía para evitar una recesión de años en plan estrella. Promete una revisión de la regulación de los mercados y actuar contra los temerarios y codiciosos que actúan en Wall Street. Y se olvida una vez más de la gente por la que será investido el próximo día 20 presidente de EEUU. Comienza dándole la espalda al pueblo, a la política exterior y a la razón. No hay nada más temerario y codicioso que cultivar y regar con bombas los terrenos de la miseria. Unos terrenos que por derecho, quizá si por la fuerza, no pertenecen a Israel.