El día que Ted Kennedy mostró su apoyo público a Barack Obama recordó como su hermano John retó a EEUU a atravesar una nueva frontera. El joven candidato católico tuvo que soportar las críticas del anterior presidente demócrata, Harry Truman, que pedía paciencia y exigía a alguien con más experiencia, pero John Fitzgerald respondió: "el mundo está cambiando. Las viejas fórmulas ya no sirven". En el EEUU post Bush, Obama ha hecho suyas esas palabras del presidente asesinado para simbolizar el hambre de cambio y radiar un efecto de esperanza que ya no se recordaba en las bases demócratas. Como el mundo cambia, he dejado olvidado en un cajón aquella pulsera amarilla radiante que ocupaba mi muñeca izquierda y en la que se podía leer LIVESTRONG. Y es que yo no sé aferrarme fuerte a la vida. Unas veces apareces y creo que tu regreso ya será definitivo. Otras, intento enamorarme y que alguna historia mágica me salve, pero me doy de bruces. En ocasiones porque llevo el lastre de tu sonrisa, en otras, porque sólo soy un petit suite que escribe frases muy bonitas y te ayuda a soportar las horas de amargura, horas, las mías, que yo me trago con la efervescencia de una soledad no deseada. No es el hambre de compartir lo que más me duele estos días, sino el derrumbe existencial diario que padezco y el profundo desarraigo a mi propia supervivencia, ahora que mis bolsillos ya no pueden garantizar una cucharada de sopa diaria y tu recuerdo se ha hecho insuperable. Como en el amor, en política sólo el paso del tiempo puede aligerar pesos y regalarte nuevas esperanzas. A veces tienen que pasar generaciones. Pero hay momentos en la historia en los que el pasado muere y surge otra cosa totalmente nueva. Las sociedades pasan página. Esos momentos los protagonizan hombres que son capaces de arrastrar a los pueblos y de hacerlos soñar que se puede cambiar el mundo. Barack Obama, el nuevo presidente de EEUU, es uno de esos líderes. Vivimos tiempos oscuros, de desánimo colectivo, de profunda crisis del modelo económico. Cuando nos atenaza el miedo y una incomprensión ante algo que nunca nos había pasado, el ser humano tiene lista baterias para recargarse y regresar con energías renovadas. Nos sacudimos fieramente la desdicha, aunque un tren haya arrollado nuestras ilusiones, y nos enfrentamos a lo desconocido con la firme intención de cambiar algo que nos duele, que nos desestabiliza o que nos irrita. Las historias mágicas, sobre todo las de amor, son las que mejor efecto producen. Una de esas historias mágicas, llenas de esperanza, es la irrupción de Obama a la presidencia de EEUU. Nunca había sucedido que un senador negro, de 47 años, nos convocara a la esperanza, al sueño de que es posible otra forma de hacer política. Independientemente de cómo concluya la presidencia de Obama, EEUU y su nuevo líder nos ha sorprendido. Obama hablando a la multitud en el parque Grant de Chicago enlaza con gigantes de la política norteamericana. En primer lugar, con Abraham Lincoln, el decimosexto presidente de EEUU, que mantuvo la Unión y emancipó a los esclavos. El entonces senador Obama, recordó como Lincoln, en tiempos de la Guerra de Sucesión, le dijo "a una nación más dividida que la nuestra hoy" que era hora de ir al encuentro del contrario. La gran victoria de Obama es también un triunfo lastrado con problemas históricos: la debacle financiera y la amenaza de recesión global. Franklin Delano Roosevelt, otro de los grandes presidentes (y por supuesto en el discurso de Obama), heredó una situación similar a la del nuevo presidente tras la Gran Depresión de 1929. Con el New Deal utilizó al Estado para reconstruir EEUU con dinero público. El editorial de The New York Times el día siguiente a la victoria de Obama afirmaba que éste había ganado porque "vio lo que está mal en este país: el desastroso fracaso del Gobierno para proteger a sus ciudadanos". Y es que Obama ha llegado a la Casa Blanca sobre la misma ola de ilusión y arrastre de los jóvenes que desató en 196o JFK. Las palabras del presidente coinciden con la filosofía del histórico discurso de toma de posesión de JFK. Obama afirmó en la inolvidable noche de Chicago: "sabemos que el Gobierno no puede resolver todos los problemas. El camino que tenemos por delante será largo. Puede que no lleguemos al final en un año o incluso en un mandato". 47 años antes (justo cuando Obama nacía), en las escalinatas del Capitolio de Washington, a diez grados bajo cero, Jack Kennedy advertía: "Todo esto no se acabará en los primeros cien días. No se logrará en los primeros mil; ni siquiera se conseguirá en la vida de esta Administración". Obama, tras muchas generaciones, ha sabido aligerar el peso de la tradición (por la que parecía imposible que un negro gobernara el país más fuerte del mundo) y regalarnos nuevas esperanzas. Las mismas nuevas esperanzas que hace 66 años se llevó por delante un disparo cobarde, el que asesinó a JFK. Decir lo contrario sería negar la evidencia, convertiéndonos en ese instante en una extraña mutuación aznariana, ahora que nuestro guía sigue tan de moda liderando el movimiento negacionista del cambio climático. Y ello a pesar de que un prestigioso estudio afirme estos días que los daños atmosféricos por las emisiones de CO2 son irreversibles. Por ello Obama ya ha tomado cartas en el asunto y ha firmado un nuevo decreto para reformar el sistema energético estadounidense: más energías renovables y más creación de empleo en el sector. Kioto se cumplirá sí o sí. Otras emisiones irreversibles son las de las ondas, aquel maravilloso locutor deportivo llamado José María García y su onomatopéyico runrun dedicado al ex presidente de la Federación Española de Fútbol, Pablo Porta. Pues sí, ahora "Pablo, Pablito, Pablete" nos ha abandonado a los 85 años. A esa misma hora en que dejaba este planeta minado de histeria, suspensiones de pago, emisones tóxicas y corazones quebrados, Antonio Caiazzo, un jefe de la Camorra (mafia siciliana) era detenido en Madrid. A pocos kilómetros de allí, y sin conexiones aparentes con el arrestado, Esperanza Aguirre se autoproclamaba una víctima política del espionaje llevado a cabo por la Comunidad de Madrid a altos cargos políticos. Malos tiempos para la esperanza. Quizá si los Kennedy tuvieran un chalé en Sanchinarro y le dieran un empujoncito a Tomás Gómez, los problemas de Madrid se aligerarían y habría lugar para nuevas esperanzas. Las que hoy existen huelen a podrido.