Se acabaron los bombardeos en Líbano y la sensación es que esta guerra no ha servido para nada. Un millar de civiles libanes muertos, muchas de las infraestructuras del país destruidas y los milicianos de Hezbolá engrandecidos y miles de vidas truncadas por un nuevo conflicto en la zona. Pero la mayor derrota ha sido para Israel, convencida de una guerra rápida, el apoyo internacional y un acelerado desarme de la milicia proiraní. Ahora, cuando la situación ha rebosado, y mucho, lo insostenible, toca restaurar la seguridad y reconstruir mermado desde hace décadas. La misión la encarga Naciones Unidas, eficaz sólo cuando los poderosos se empeñan en ella. Y a la labor, La Unión Europea contribuirá con 6.500 soldados, la mitad del montante final. Se trata de algo más de una misión, de contribuir a levantar el ánimo de los libaneses, de conseguir confianza entre ellos y otorgarles una oportunidad que se les niega: vivir en paz y ser libres. Porque unas veces han sido marionetas de Irán, otras de Siria e, incluso, a veces de Israel.