Es en Born to Run donde un desengañado Bruce Springsteen se pregunta "tengo que averiguar qué se siente, quiero saber si el amor es salvaje, quiero saber si el amor es real", y aún alberga alguna esperanza: "algún día, chica, no sé cuándo, llegaremos a ese lugar al que realmente queremos ir, y pasearemos bajo el sol. Pero hasta entonces, los vagabundos como nosotros, chica, nacimos para correr". Corría el año 1974 y Springsteen venía de encadenar dos fracasos consecutivos en forma discográfica. Apenas había vendido 50.000 ejemplares de sus dos últimos trabajos. Los ejecutivos de CBS perdieron la paciencia y abogaron por despedir a Springsteen. La promesa del nuevo Dylan se esfumaba. Pero todo cambió aquella noche de descanso que, entre gira y gira, Bruce permanecía escuchando discos en su casa de Asbury Park. Escuchaba a The Beach Boys y las Ronettes, cuando empezó a dar forma a una melodía alrededor de la frase nacido para correr. La idea se convirtió en canción y en el siguiente concierto en el club Bottom Line de Nueva York, en julio de 1974, sonó por primera vez en directo. Había nacido una estrella. Lo había salvado el amor. Ese amor que te hace salir a la carretera, al extenso paraje de la vida y comértela a dentelladas. El amor mueve el mundo. Lo siento. Por ello, todo aquel que está enamorado se siente libre, necesita gritar sus sentimientos y coger la carretera para llegar al infinito. La carretera salvó a Springsteen, lo mismo que a Luciano Ligabue. Y siento que ellos, su música, son el motor de mi vida. Con Certe notti me siento identificado. Jamás nada ni nadie alumbrará más el vacío de la carretera como aquella noche lo hicieron tus enormes ojos. Lo sé, y también sé que por escucharla no va a cambiar ya nada. Pero me gusta recordar. Certe notti catapultó a Ligabue hasta los altares de la música italiana. Sus versos son imágenes vivas del amor: un coche ambientado por el que te dejas llevar, una carretera que no cuenta, la radio pasando una canción de Neil Young y la certeza de no poder vivir otra vez un momento como ése. El amor es una llamarada. Un breve paso por una carretera, la de la vida. ¿Cuántas veces encontramos el amor? ¿Cuántas veces desearíamos abrazar a alguien y no dejarle escapar nunca? El amor es una amalgama de circunstacias, sentimientos y detalles. El amor es mirarte a los ojos y sentir que ha merecido la pena sufrir. El amor es descubrir tus fallos y amarte a pesar de todo. Aquí estoy una noche más, sentado, esperando que me llames o tengas un recuerdo que me haga sentirme diferente. Pero como tantas noches, ese gesto no llega. No recurro a una diatriba, al estilo García Márquez, sino que busco entre mis viejos y gastados vinilos canciones de carretera y huyo hacia un lugar inexistentes, donde tú jamas podrás llegar con tu moto, para evadirme de la cruda realidad. Somos vagabundos. Y mientras llega el amor, tendrá razón mi querido Bruce, hemos nacido para correr. Soy el Forrest Gump del amor. Pensarás que por decirlo soy un friki, pero más friki es colocar una placa en el Congreso como homenaje a una monja, santa Maravillas, que creó una congregación ultra. Ahora entiendo a mi admirado Alfonso Guerra cuando decidió apostar por Zapatero en lugar de Bono en el congreso que abrió el camino a un nuevo socialismo. El mismo que estos días pretenden alcanzar los socialistas franceses, para los que la travesía de desierto dura ya demasiado. Los militantes votarán este jueves entre Sègoléne Royal (ex candidata presidencial), Martine Aubry (impetuosa alcaldesa de Lille y ministra de la semana de las 35 horas semanales) y el joven eurodiputado izquierdista Benoit Hamon. No existe claro favorito, aunque quien quiera ser el ganador tendrá que seducir a los seguidores del alcalde de París, Bertrand Delanoë, que acaba de coger carretera (no siempre es sinónimo de amor, huida, aventura) y manta. El socialismo francés está roto. Se pudo comprobar en 2002, cuando Lionel Jospin ni siquiera alcanzó la segunda vuelta de las presidenciales. Necesitan reinventarse y ocupar el centro, por mucha izquierda que prediquen. Los comunistas españoles, empapados de un pseudolaicismo, predican como obispos estos días una regeneración que les haga sobrevivir a pesar de que han perdido ideal y fundamento. Incluso se ufanaban hasta poco antes de cerrar en falso su asamblea para que Rosa Aguilar cogiera las riendas de la coalición. Ella, sobre la que tanto han vertido zombis de la política como Diego Valderas o Antonio Romero, más preocupados de mantener su poltrona que del verdadero sentido del comunismo. Ni se lleva, ni se compra. No hay nada de las bellas ideas del ayer. Sólo nos queda la carretera. El amor. Salir ahí fuera y sentir que la vida vuelve a cobrar, eso, vida. Palpita en las canciones de Springsteen y Ligabue. Déjame que te las susurre al oído mientras conduces hasta el infinito.