Lo siento, no hay tortitas, ¿unos crêpes?, sugiere el camarero. No, gracias. Tarda en decidirse. Rompiendo sus hábitos elige café americano y un desayuno contundente, pero con el toque árabe del cruasán con zaatar (tomillo, sésamo y sal). Todo esto engorda una barbaridad. Pero un día es un día, dice la novelista Sahar Shalifeh. Nació en 1941 en la entonces laica y hoy conservadora Nablús, en Cisjordania. Shalifeh es una musulmana muy alejada del estereotipo. Dice simbolizarse con el movimiento feminista desde que observó el diferente trato entre su único hermano, ella y el resto de sus hermanas. Sus padres la casaron pronto. Fue un matrimonio arreglado que fracasó por suerte, según ella misma. Dedicó sus 13 años de esposa a formarse. Eran otros tiempos. Ahora, dice apenada, la ocupación israelí nos está destruyendo. Hoy Nablús es una mezcla de reaccionarios, fatalismo y consumismo, señala Shalifeh, que acaba de publicar una novela sobre su tierra de origen, Palestina. La involución árabe le apena y le indigna. Ella evolucinó en una dirección mientras su mundo tomaba la contraria. Lo advierte mientras echa pestes de la Autoridad Palestina. Pero estos días el brillo de una luz ha vuelto a sus ojos. Se siente parte de EEUU, el país al que marchó para estudiar y desarollarse. Cree que por fin el mundo ha cambiado de verdad, que por fin un ciudadano de raza negra puede llegar a la Casa Blanca, dominar el mundo. Shalifeh cree, por experiencia propia, que por fin el sexo y la raza ya no son obstáculos. Y es que, con independencia del resultado electoral de esta madrugada, el martes termina una época. La presumible victoria de Obama significará una transformación de EEUU. Terminará la era de Bush, esos ocho años de frustración y de infamia, emparedados entre los ataques terroristas del 11-S y la crisis financiera de este septiembre negro. Junto a la era Bush también termina otra era: la que se inició con Ronald Reegan. Hace 30 años se pensó que reducir impuestos a los ricos era la mejor solución para todos los problemas económicos. Después del desastre financiero, la opinión de los norteamericanos ha cambiado. No lo dice Obama, que también. El candidado demócrata presenta sus planes fiscales como una reducción de impuestos para el 95 % de la población y aprieta las clavijas a los restantes, los más ricos. Remontémonos al GP de Brasil de F-1 del pasado fin de semana. Cuando todo estaba perdido para Lewis Hamilton, llegó una última curva. El británico vislumbró una nueva oportunidad. Adelantó un coche y sumergió a Ferrari en una profunda depresión. Mclaren ganaba el Mundial una eternidad más tarde. Esa oportunidad también la vislumbra hoy el electorado norteamericano. Así lo dicen las encuestas. Sería una inesperada (e ingrata) sorpresa que McCain venciera. Porque, Obama, ha devuelvo la ilusión a EEUU, pero también al resto del planeta. Obama, sí, el futuro presidente de los EEUU de América. El primero de raza negra. Porque, esta vez, el color no ha importado. O no de forma negativa. Se podría concluir que al senador por Illinois su color de piel le ha abierto más puertas de las que le ha cerrado. Pero el verdadero motivo de su futura marcha triunfante es la del cambio. La del diálogo. La de las ideas. La de la ilusión. Obama, es el presidente poeta. Lo dijo a principios de año la analista política y premio nobel norteamericana Toni Morrison. Ella era amiga y admiradora de Hillary y Bill Clinton, al que había llamado en un controvertido artículo en el New Yorker en 1998, el primer presidente negro de EEUU, pese, advertía, su piel blanca. Pero el color no importaba, sólo las maneras, las formas, las ideas. Morrison, a pesar de su idealización de los Clinton, envió a principios de año una carta abierta a Barack Obama, apoyando por primera vez públicamente a un candidato presidencial. Le preguntaron los motivos y dijo que sencillamente lo hacía porque Obama es un poeta. Morrison no hablaba tan sólo de alguien elocuente, de alguien que amaba las palabras, es decir, que las consideraba amigas íntimas, sino algo más: un ser humano animado por una visión trascendental. Esas palabras ayudaron a muchos analistas a explicar, aún en el mes de enero, la ventaja que Obama fue paulatinamente forjando entre los votantes, su capacidad de convencer y de inspirar. Y en condiciones tan dramáticas como las que vivimos, la existencia de una visión poética en un líder poderoso cobra su verdadera magnitud. Porque vislumbrar las palabras múltiples y claras con que lentamente vamos entendiendo lo que nos pasa hoy es indispensable para anticipar soluciones para los difíciles años que se aproximan. Ya lo dijo Shelley antes de morir en el mar de su exilio italiano: los poetas son los desconocidos legisladores de la humanidad, los que preparan con sus palabras el vocabulario en que se han de escribir las leyes más justas del mañana, los que nos señalan la urgencia de un futuro ineludiblemente diferente y definitivamente más bello. O eso queremos pensar. Esta noche es la noche del cambio. De la ilusión. Un punto de inflexión en la historia. Y mientras avanza la madrugada y Obama puede (Yes, we can), yo estaré pensando en tus ojos y en como los poetas, en ocasiones, también se quedan con las ganas. No hay tortitas. Pero hay una irreductible necesidad y esperanza por el cambio.