10 noviembre 2008

CUANDO AMANECE

Hoy me siento inspirado para escribirle al pasado. Para decirle, por ejemplo, que no podrás borrarme de él por mucho que te empeñes. Que algunas noches volveré a dormir contigo porque el pasado siempre regresa por muchos amaneceres que hayamos presenciado. Me ha costado, pero he logrado comprender que serás un bello recuerdo y que tendré que acostumbrarme a una eternidad sin alas. Ahora toca un nuevo amanecer. Los amaneceres son bonitos. Cada uno de ellos es distinto. En el frescor de la mañana, tengo la impresión de poder vivir en unos instantes el sentido de nuestro tiempo. La maravillosa posibilidad del amanecer y sus colores hacen que sienta el sentido leve de este tiempo como una esperanza. Y esos tonos torcidos que se cruzan en el asfalto, nada más salir del portal, hacen que piense que no necesito las palabras para escucharte. ¿Y cual es la realidad? ¿Lo que viene antes, como el amanecer, o lo que viene después, como salir a la calle a coger el autobús? Estoy atravesando una época difícil, porque soy a la vez amanecer y anochecer, esperanza y decepción. He vivido miles de vidas mientras buscaba la mía. Son historias pequeñas dentro de una gran historia. Y cuando creí haberlas escrito todas... la vida me lleva hasta a tí. Un nuevo amanecer. El amanecer más bello. Y tú estabas allí. Y en mis pensamientos. Y ahora aquí, sin nombres, como te prometí. Ya era hora de que amaneciera, suelo pensar. Como dice Walter Veltroni en su maravillosa novela Cuando amanece (aunque algunos tratan de desahuciarla), no llegó tan pronto el amanecer. Pero ha merecido la pena esperar. No me cabe duda. También ha merecido la pena ver pasar algo más de siglo y medio de historia en EEUU para ver al primer presidente negro de este poderoso país. Hoy ha visitado el que será su hogar durante los próximos cuatro años, la Casa Blanca, y ya parece que algo está cambiando en el mundo. Ha sido hoy, precisamente hoy, el mismo día que se nos ha ido la abuela Trinidad, a quien yo tanto quería. No podré ir a su funeral, pero la llevo conmigo. Me da mucha pena que se vaya. Tenía que decirle aún muchas cosas que nunca le dije. Ella que me vió crecer. Ella que tanto me aguantó. Ella que tanto me quería. Recuerdo los juegos infantiles con sus nietos en el sótano de su casa. Y sus meriendas. Y ahora se nos ha ido dejándonos como recuerdo breves notas en un diario. Pero a mí, a mí, me ha dejado mucho más. Y digo yo: ¿quién sabe lo que podemos descubrir en las páginas rancias de un diario; un libro confeccionado día a día, minuto a minuto, sensación tras sensación, ilusión tras desencanto? Tal vez Gabriel García Márquez no lo supo hasta que colocó el punto y final de su diatriba. Diatriba de amor contra un hombre sentado es un ejercicio colectivo. Una invitación generosa e indiscreta. La inmersión cuidadosa y sutil en un mundo emocional complicado y completo. Sediento de amor y alejado de un infierno que roza, osado, la sensibilidad exquisita. No nos merecemos el dolor del amor, como su protagonista. Nos merecemos bellos amaneceres. Y unas alas, aunque a veces las tomemos prestadas. Pero esos préstamos nos hacen sentirnos ilusionados. Empezar una nueva vida, como el que se acaba de caer de la cama. Veltroni, recorre Italia como si estuviera en plena campaña, vocifera en el Parlamento, ataca al vetusto Berlusconi, lanza ideas, nos emociona con sus libros. Se reinventa. Intenta amanecer. Sin embargo yo, cuando estoy junto a ti, no tengo ni amanecer, ni anochecer, ni noción del tiempo. Y eso me gusta. No me apetece para nada tener que estar pendiente de un reloj. Ojalá pronto puedas entender el discurso de Ivan Benissa en Radiofreccia. Los amaneceres también están hechos para soñarlos.