Esta mañana las nubes dibujaban tu nombre. No he querido sentirme aludido porque mis miedos empiezan una noche de infausto recuerdo en plena adolescencia y acaban en una noche fría viéndote subir a un taxi con la mirada perdida mientras gritaba tu nombre y nadie me escuchaba. A continuación, resonaron los ecos de una canción que había versionado para ti y que pertenece a un cantautor italiano desconocido para tantos y que tú guardas en el bolsillo. Lo último fue verte en todas y cada una de las paradas de autobús de esta inagotable ciudad, con sus historias viscerales, sus promesas y el aire de lo ajeno mirando desde las terrazas sus rarezas. Málaga puede ser el principio o el fin del mundo, según se mire. Para nosotros aún el principio, me niego a cerrar esta historia. Aún tienes que cantar mis versos con tu guitarra en alguno de tus conciertos. O bien aquella canción versionada que nos viene de maravilla. Hay cosas que sólo suceden ciertas noches. Para García Caparrós, sin embargo, Málaga fue el final de su vida. Sucedió aquel fatídico 4 de dicembre de 1977, cuando tomamos la calle, cuando dijimos que blanca y verde era nuestra sangre. Los andaluces nos levantamos desde el trigo hasta la mar. Era un 4 de diciembre cuando luchamos por nuestra gente, España y la Humanidad. Fueron días de guerra, de fascistas en la acera saludando a su dictador. Pero ese 4 de diciembre cayeron las cadenas, bailaron las estrellas, suspiraron los abuelos, derrotamos a los terratenientes y no hubo ya en el mundo entero batallón que nos parara. Rojos contra la pared, Blas Infante por los muros, dijimos no al 143, sí al 151. Andalucía fue una voz, la voz de Caparrós, asesinado de un tiró a quemarropa por la espalda por un agente del orden (o del desorden). Con la muerte de Caparrós nació la Andalucía que conocemos. Pero hoy son muchos los que no se acuerdan de eso. El sentimiento andaluz había nacido mucho antes, es cierto. No el 28 de febrero de 1980 tras un referéndum. Pero ocurre que aún en nuestra comunidad no hemos aprendido a valorar los esfuerzos de personas como Blas Infante o García Caparrós, dos malagueños que entregaron su vida para dar un pasito en la conquista de la libertad en el nombre de Andalucía. Se fueron, pero su espíritu se ha instaurado en nosotros. Si un catalán o un vasco pregona su condición de catalán o vasco, yo tampoco voy a tener miedo de gritar a los cuatro vientos que soy andaluz, porque la tierra a la que pertenezco es preciosa, está llena de luz, ofrece diferentes alternativas (playa, montaña, ciudad), es una sociedad moderna que cuida sus tradiciones y, aparte, una región que compite política, científica y económicamente con las más fuertes de Europa. Así es la Andalucía de hoy, aquella por la que lucharon Infante, Caparrós y tantos y tantos miles de andaluces anónimos. Aquella en la que ahora una joven periodista cumple 29 años y ya sí puede decir lo que piensa, y ya sí puede ser libre y soñar. Aunque de vez en cuando una voz inconsciente de la política rememoré las viejas épocas y reclame el centralismo. En este caso el sevillano. No nos moverán. Lo gritaban en las trincheras republicanas que el pueblo levantó en mitad de un Madrid sitiado a balas. Lo gritaba Caparrós en mitad de cientos de malagueños aquel 4 de diciembre. Hoy Caparrós somos todos y gritamos las miserias que nos tocan: la guerra de Irak; los vuelos a Guantánamo; la crisis financiera; los altos porcentajes del paro; la baja calidad educativa; la doble moral... La conciencia es el mejor arma de un ser humano. Se acabaron las pistolas por la espalda. Las mañanas tristes y las canciones olvidadas. Hoy he tomado conciencia de mi existencia.