06 diciembre 2008

PAÍS QUE FUE SERÁ

Con la mirada huida en la carretera, puso en marcha su destartalado coche y se mordió la piel seca del beso que, instantes antes, se le había quedado muerto en los labios. Después, escupió por la ventanilla y fue acomodando su molesta tristeza en los recuerdos veraniegos del pueblo de pescadores donde aprendió a nadar con el agarre, el tirón y el empuje de un pez. Fue en ese pueblo donde pasó el último verano de su adolescencia, donde conoció a su primer amor. La recuerda pensado que después de ella nada volvió a ilusionarle, mientras cavila sobre lo cruel que ha sido la vida con él. Piensa en ella, después de mucho tiempo, y se pregunta, con los ojos lagrimosos, qué estará haciendo en ese preciso instante. Así, con la mirada ausente, pasó del ayer al mañana sin pasar por el hoy, de la ciudad gris y ocupada, capital de un Estado que castigó con especial ensañamiento su tenaz resistencia a la invasión de los bárbaros, a la urbe alegre y confiada que estaba a punto de transformarse en emblema de todas las movidas, que iba a pasar de la antigüedad a la posmodernidad sin escalas. El futuro estaba ya aquí, como cantaba Radio Futura, aunque muchos aún no se habían dado cuenta. Él sí. Los padres de la Constitución, entre intrigas y deserciones, polémicas y conjuras, habían parido un texto que iba a servir de marco de la transición política y guía de uso para una democracia en ciernes. Pero 30 años después, en las calles de Madrid sólo pervivían los anacronismos. Es la sensación que tuve siempre, hasta que una tarde de otoño, con las hojas caducas derramadas por la extensa y glamourosa Gran Vía, descubrí tus ojos azules, la única guía capaz para un ser humano sin más patria que sus sueños. ¿La Constitución? La política recién estrenada era ya cosa de viejos para muchos jóvenes. La política no sólo era para los políticos, sino para todo un pueblo, incluido los más noveles, que hablaban de mayo del 68 como si hubiera sido ayer, de cantautores pelmas, de progres desencantados que no estaban seguros de que Franco hubiese muerto y de personas que veían fantasmas por todas partes. La Transición se hizo así, entre todos. Así, con pasado y futuro, pero sin pensar en el presente. De esa manera se enterraron muchas cosas y no se desenterró ninguna, por cierto. Recuerdo como mi padre aquella tarde entre sollozos me decía: "ellos robaron mi juventud". Fue el precio a pagar. A aquella generación que le tocaba vivir entonces le tocó eso, pasado y futuro. Cada renovación, cada evolución, cada síntoma de recuperación, era un verano menos en su adolescencia. Y así, no sólo perdieron su primer amor, sino el amor por la vida. Luego, ya serían incapaces de recuperar el tiempo perdido. Aún así, sin encontrar una guía, una referencia para sus vidas, una historia que escribir en presente, nunca los escuché quejarse. Quizás nosotros, a 600 kilómetros de distancia, aún estemos en circunstancias de salvar nuestro presente. Cuando pienso en tus ojos azules, ya nada me importa que para Zapatero no sea prioritaria una reforma constitucional aunque la sociedad avance, cambie y así lo demande; que Tardá ladre contra la Monarquía en un acto de partido; que los nacionalismos galopantes aún estén insatisfechos con la Constitución de 1978 o las ausencias de González y Aznar en el acto por el aniversario de nuestra Carta Magna. Sólo pienso que el cielo es azul, que la mar es azul y que tus ojos tienen el color de la ilusión. Cuando pienso que vives en Madrid cuando tu sitio está aquí abajo, en el sur, pienso que a ti también te puede suceder como a la generación de mis padres: tendrás pasado, tendrás futuro, pero nunca un presente. El mundo es circular: todo acaba, todo empieza. La historia se repite una y otra vez. Y este país, si por algo se caracteriza, es por seguir escupiéndonos falsos patriotas, inútiles guerras o falsas expectativas precocinadas en fiestas palaciegas. Este país, he concluido, no tiene remedio. Aún así, te encontrarás algún tonto de los cojones que siga defendiéndolo. Hay cosas que sólo ocurren en tu adoptiva Madrid, donde se hallan preparadas las huestes de doña Esperanza. A éstas, y en tiempos de crisis (queremos soluciones), no se les ocurre otra cosa que abrir un frente de batalla por una causa nimia contra el alcalde de Getafe y presidente de la FEMP. Pedro Castro tiene toda la razón: los madrileños son tontos al votar al PP contra sus propios intereses. Y esa verdad como un puño es la que a Esperanza Aguirre no le conviene que se sepa. En Madrid, las clases medias y bajas y los restos de la clase obrera (el antiguo cinturón rojo de Madrid) votan contra natura a la derecha. Lo hacen apoyados en la exitosa guerra cultural emprendida contra la izquierda progresista por el fundamentalismo neocon, que ha seducido al pueblo llano con su populismo campechano. Aguirre exhibe tanta ignorancia política como irresponsabilidad temeraria. Una irresponsabilidad fatalmente destructiva, pues con sus doctrinarias privatizaciones se carga los pilares del Estado de Bienestar: la sanidad (con falaz ocultación de las listas de espera en los hospitales, la mayoría de gestión privada); la educación (incluyendo la descapitalización de la universidad) y los servicios sociales (con expreso sabotaje de la ley de dependencia). Espero que este país no vuelva a tropezar de nuevo en la misma piedra (la misma en la que está enquistada Madrid). A la capital aún le salva la guía de tus ojos, tus ojos azules. Los mismos que aquella tarde me encontré en Gran Vía. Los mismos ojos que tantas veces he soñado. A los que tantas veces me quise aferrar para no carecer de presente. Sólo los pude admirar una vez, sólo una, pero permanecerán en mí hasta el fin de los días. El tiempo siempre nos importó. Por eso Juan Gelman dedica a ello un poema en su exitosa obra País que fue será: "siempre te amo por primera vez./ Siempre te amo la primera vez". Cuando lo recito pienso en tus ojos. Y escribo mi presente. O lo que queda de él.