El Serrallo de Gaza, el edificio que en su día estuvo ocupado por militares británicos e israelíes, está en ruinas. Por sus largas galerías agrietadas aparece en ocasiones un fino halo de luz. Cuando lo descubro pienso que con el nuevo año encontraré esa luz. Y que será definitiva. Una sonrisa dibuja mi cara. Lo hace durante un tiempo breve. Ahí fuera las bombas caen como granizos. Pienso en los cientos de víctimas inocentes que sucumbirán bajo este nuevo y desigual ataque preventivo. Un bloque de la Universidad Islámica, varias mezquitas, el Ministerio del Interior, decenas de comisarías e instituciones que el Gobierno de Hamás ha ido construyendo paso a paso han sido derruidos por los bombarderos israelíes. Calla la comunidad internacional y calla Obama, que no se pronuncia porque EEUU sólo tiene un Presidente, George W. Bush. Sin embargo, Obama y los suyos sí se han manifestado en las últimas fechas sobre política fiscal, monetaria, sobre medidas sociales, sanidad, educación y otros temas de política nacional. Aún no ha jurado el cargo y ya empieza a oler a chamusquina. Tanto que estos días han comenzado a circular correos electrónicos de David Plouffe, director de campaña de Obama. Plouffe anima a conseguir un ticket para la historia. Con ello hace referencia al momento único que se vivirá el próximo 20 de enero, cuando el demócrata sea investido presidente. Me cuenta una amiga, que además de ello, Plouffe invita a hacer una donación de 5 o más dólares para participar en una especie de sorteo en el que los agraciados podrán conseguir un pase para ver la ceremonia. Mientras tanto, en Gaza seguirán muriendo inocentes porque, según ha dicho el Primer Ministro hebreo, Ehud Olmert, la ofensiva será larga ya que no concluirá hasta que se hayan logrado los objetivos. Los objetivos no son otros que terminar con las instituciones en las que los fundamentalistas hacen política. Su política. Fue en junio de 2007 cuando el grupo islamista Hamás se imponía a las fuerzas de Al Fatah del presidente palestino, Mahmud Abbas, tras una semana de enfrentamientos. Los muertos superaban el centenar. A los amigos musulmanes, entonces, se les escapaba de las manos el control de los palestinos. Observaron atónitos como Hamás volaba el muro de Rataf o lanzaba cohetes contra Israel. Porque a estos fundamentalistas poco o nada les preocupa su pueblo. Quieren imponer su ley y ocupar el poder. Ahora, con los nuevos ataques del ejército israelí, los líderes de Hamas se encierran en guaridas secretas, mientras la población civil sufre la cruzada hebrea. Y desde ese lugar seguro llaman a una tercera Intifada. Sin duda lo hacen porque ellos son maximalistas, porque para ellos el mundo o es su panacea coránica o es mejor morir. Una nueva Intifada tendrá como víctimas a miles de jóvenes palestinos: los llaman para ser carne de cañón. Así se pudo sentir durante mucho tiempo el empresario Teodulfo Lagunero, que durante el franquismo inyectó cientos de millones de pesetas al PCE. Me cuenta su sobrino como se sucedieron hechos como la entrada clandestina de Carrillo en España o cómo intimó con Neruda. Y es que no resulta fácil dilucitar si fue por estrategia o paradoja que el PCE en el exilio tuviese como topo en Madrid a un millonario. Eran años en los que Santiago Carrillo tomaba el té con el diablo en París y la Pasionaria jugaba al tute con Stalin antes de echar las cuentas del oro de Moscú. En el arranque de los 60, cuando la nevera, el Seiscientos y El Cordobés componían la santísima trinidad del falso progreso, en medio de un sueño de suecas y pelotazos inmobiliarios en la Costa del Sol, Teodulfo Lagunero, comunista, constructor, catedrático de Derecho Mercantil y abogado (por este orden) se abrazaba al poeta oficial del PCE, Marcos Ana, en la manifestación del 1º de Mayo en París bajo pancartas y banderas rojas adobasadas con los acordes rugientes de la Internacional. Unas horas antes, Lagunero se había apretado en el restaurante Maxim´s unas láminas de foie fresco con salsa de arándanos y esa noche, tras las obligaciones revolucionarias, volvía a ocupar su habitación del Hotel Hilton, con vistas al Sena, donde hacen la cama a plomada y las sábanas son de hilo. Hay ideales imposibles, igual que hay amores imposibles por mucha luz que penetre entre las rendijas de un edificio bombardeado. En conflictos bélicos, en amores desmesurados, o en crisis económicas como las que vivimos, por muchas soluciones que se busquen, por muchos discursos y buenas intenciones que se ofrezcan, por mucho, los sacrificados, los que sufren, siempre son los mismos. Soy consciente de que sólo soy un trozo de carne de cañón. Mas carne enamorada, que diría el poeta.