La ciencia clásica acaba donde el caos empieza. Mientras los físicos indagaron las leyes naturales, el mundo adoleció de una ignorancia especial en lo que concierne a los desórdenes de la atmósfera y del mar; a las fluctuaciones de las poblaciones de animales y plantas; y a las oscilaciones del corazón y el cerebro. Los antiguos griegos, que fueron los primeros en dotar de raciocinio las cosas que ocurrían a nuestro alrededor explicaron el caos de una forma muy particular: caos y divinidad se daban la mano en historias de dioses humanizados que fueron plasmados en los mitos. La poesía de todos los tiempos hizo referencia a ellos, y lo que ayer fue parámetro de cultura hoy es termómetro de vulgaridad. Por eso, en la canción de Extremoduro, Dulce introducción al caos, sólo aparece ese elemento inalterable e inalterado que todo lo envuelve: el caos, que es como una mirada presa en la cárcel de las ausencias. Se trata de una letra para una vida desahuciada, o para una historia que ha discurrido por el retrete las ilusiones que albergabas. Y ahora sientes que nada ni nadie podrá recuperarte de ese colapso sentimental por el que te has sacrificado. Como no sabes si buscar la respuesta en la ciencia o en la divinidad, te escudas en bellas letras que sabes que te afligirán y te seguirán aferrando a ese execrable vértigo que te atormenta. No tendrá solución a menos que te cojas en brazos y te lances a la vida en busca de fervor, Pizarnik dixit. Desde que las tormentas o las sequías no se explican desde una perspectiva divina, ya ves, nos ha ido peor. El avance de la ciencia nos ha descubierto lo minúsculos que somos y ha exacerbado nuestras ansias de saber, ser o tener. El mundo está contaminado y lo que no es material no nos vale. Lo veo en los ojos de los transeúntes que suben tras de mí en el autobús. La gente ha perdido la fe, y lo que es peor, la moral, que vale lo que un billete de ida a la vuelta de la esquina. Este significativo 22 de diciembre de un año sepultado en ruinas me ha reafirmado lo que ya sabía: somos algo o alguien mientras interesamos al próximo. Luego, que Dios se apiade de nosotros. Esta mañana, lo primero que hice al salir de casa fue mirar el cielo. Era azul, pese a todo este tiempo de vacilaciones. 2009 nos traerá los pájaros extinguidos. Mientras tanto, terminamos el calendario catapultados por alas socialistas, que han sido los más firmes al rechazar la Directiva de las 60 horas semanales de trabajo presentada en la Eurocámara. Ahora sólo falta que el Plan Bolonia sea derruido como los asentamientos palestinos en Gaza. Sin piedad, sin misericordia. Quien privatiza la educación hipoteca su futuro. Es una prueba más para demostrar que los nuevos socialistas no hemos perdido los viejos ideales. Nos quieren vender una Europa social, un continente amable que se apiada de los más necesitados y de los inmigrantes. Pero vemos como la Italia de Berlusconi, e incluso la Francia de Sarkozy, construyen paulatinamente muros sin cemento ni bloques, tan peligrosos y excluyentes como los ladrillos que los judíos apilan en la tierra que dominan. Grecia se ha convertido estos días, y desde la muerte a manos de un policía del joven Alexandros Grigoropulos, de apenas 15 años, en el foco de las reivindicaciones que los europeos, tan preocupados en tirar de la Visa y en comprar los regalos de navidad, deberíamos hacer. Ya hay quien compara el diciembre de 2008 en Atenas con el mayo parisino de 1968. Pero no, no nos confundamos. Europa se ha transformado en un lugar consumista y conservador, donde la izquierda saca en procesión al Cristo Redentor y el Ché Guevara se ha convertido en la imagen más rentable tras la Coca Cola. Como nuestro amor, como la Europa en la que habitamos, una sociedad abocada al caos, el comportamiento irregular de la naturaleza, su parte discontinua y variable, ha sido un rompecabezas a los ojos de la ciencia. La imagen que más ha contribuido a difundir la teoría del caos es el conocido efecto mariposa, que hace mención a la especial sensibilidad de los sistemas caóticos a las condiciones iniciales. La expresión hace referencia y viene a explicar que una pequeña perturbación del estado inicial de un sistema puede traducirse, en un breve lapso de tiempo, en un cambio importante en el estado final del mismo: "si agita hoy con su aleteo, el aire de Pekín, una mariposa puede modificar los sistemas climáticos de Nueva York el mes que viene". Pero en el caos hay más que azar, el caos encierra en sí mismo una fina estructura geométrica, un orden detrás de la aparente casualidad. No es casualidad que Aguirre cambie la ley para hacerse con el control de Cajamadrid. No es casualidad que ahora, justo ahora, el Supremo consienta desmontar ANV y el PCTV. Ni tampoco que populares y socialistas anden zarandeándose para desequilibrar la balanza de la financiación autonómica. A los de ahí arriba, que dicen ser de izquierdas, les suena a chino eso de la solidaridad social entre territorios. Cerramos 2008 sumidos en un eterno caos que la ciencia no logra descifrar ni con hipótesis exactas. Cuando lo haga, nos salvará de tanto despropósito inmerecido. "¿Cómo quieres que escriba una canción si a tu lado no hay reivindicación?", sonó apabullante en la radio. Me conformé con escribirte esta amalgama de ideas, este caos improvisado, mientras tú celebras este luto que me invade. Tendrás motivos para festejar que la vida pasa. A mí no me dejan las secuelas. El aleteo de la mariposa en esta dirección ya ha durado demasiado.