01 diciembre 2008

EL DIOS DE LAS PEQUEÑAS COSAS

Desde el origen de la existencia humana, el hombre ha recurrido a una fuerza superior, sobrenatural, para dar sentido a su propia existencia. Pilar central de todas las civilizaciones, la espiritualidad ha sido y es un fenómeno global. Quizá por ello los científicos del siglo XXI siguen buscando un principio básico, un denominador común a todas las creencias. Y del viejo duelo entre razón y fe surgen teorías renovadas. Una cosa parece poner a ambas partes de acuerdo: la razón no da la felicidad. Hay un sentimiento de que el mundo se ha quedado sin alma, despojado de sabidurías eternas. Y es que la modernidad es un supermercado con un amplio surtido de ofertas espirituales donde cada uno aspira a su particular reino de los cielos. Las religiones nos forman para el dolor y en la reflexión de un mundo en el que todo gira bajo una figura y un orden del que nada podemos cambiar. Nos acostumbra a ser fuertes para lo que vendrá, nos hace no mostrar debilidades ante temas tan cruciales como la muerte o el sufrimiento, a sobrellevarlos, y nos limita. Pero Dios sólo es un producto del cerebro, una especie de defensa de nuestro sistema inmune, que así reduce el estrés. La fe capacita para afrontar las cargas emocionales, pero yo sigo sufriendo tu ausencia como un místico que se niega a escuchar las teorías de la evolución y que cree que Darwin es una marca de televisores. Algunos laicos parecemos masoquistas y dedicamos nuestro tiempo a conocer más sobre la religión, la nuestra y las otras. Así nadie podrá vendernos la moto. A veces no consigo explicarme como entre las distintas y enfrentadas religiones existe una delgada línea con numerosos puntos de unión. Por ejemplo, el carácter purificador del agua. Noé, refundó el cristianismo a partir de un diluvio; en el budismo, rezar debajo de una cascada de agua es un símbolo de pureza y en el hinduismo, por ejemplo, millones de creyentes acuden cada 12 años a las orillas del Ganges para iniciar una travesía de limpieza o purificación colectiva. Y parece que Dios existe porque a esa causa se ha dedicado estos días. En Málaga, donde no se recuerda tanta lluvia desde tiempos de Pilatos, o en Venecia, donde la ciudad ha quedado inundada debido a un fenómeno conocido como l´aqua alta y que ha sido provocado por las fuertes lluvias y los vientos del sur. Es como si el altísimo quisiera borrar del mapa a toda una civilización, ya gastada, la italiana, que parece no tocar fondo y camina como los cangrejos (hacia atrás) a marchas forzadas. Es increíble. Pero claro, cuando en Italia gobierna un señor que dice que el dopaje es un invento de izquierdas... Purificador también está Lance Armstrong, que con su vuelta al ciclismo quiere lavar su conciencia. Sus siete tours consecutivos dejan muchas dudas. El agua, digo, tiene un carácter revitalizador, pero aquella tarde de miércoles pareció destruirse el mundo en el que creía. Y mientras tú jugabas en un billar, mis fantasmas volvían para instalarse. Te pido que no les dejes, sabes que sin ti el fin de los días está a la vuelta de la esquina. Eres ese Dios de las pequeñas cosas que todo lo cambia. Esa misma fuerza que mueve las cosas sin control, sin explicación y lleva al hombre a buscar una solución divina. La escritora india Arundhati Roy lo refleja con acierto en su obra El dios de las pequeñas cosas, donde cuenta las experiencias de dos hermanos gemelos en el estado indio de Kerala durante el año 1969. Los pequeños tenían entonces siete años. Después vendrá una larga ausencia sólo explicada por la mística. En 1993 llega el reencuentro de los hermanos, lo cual nos explica que el tiempo es impredecible y que sólo el altísimo controla nuestras vidas. Vuelve a llover sobre los vuelos de presos que pasaron por aeropuertos españoles para terminar en la indigna base de Guantánamo. Zapatero no sabe nada. Todo comenzó en 2002, cuando EEUU alertó sobre ellos. Aznar, Trillo y Piqué buscan una trinchera para resguardarse de las balas y de la lluvia, no quieren purificarse con ella. El que se purifica cada noche es Andrés. El domingo me llevaron al lugar donde duerme estos días fríos y mojados. Parece un perro. Hice fotos y lloré un rato. ¿La política existe para ayudar a indigentes como él o a inmorales como Florentino Pérez y cia? Que llueva, que llueva. Que no deje de llover. Cuando salga el sol quizás rece y busque una explicación divina a tu ausencia y a este amor que te profeso.