La voz de Juan Gelman parece a punto de romperse tras cada palabra. Sin embargo, no se quiebra. Renace una y otra vez de su agonía con un efecto boomerang: rompe en mil pedazos a quienes le escuchan. Las palabras pueden, en ocasiones, romper la amnesia o la indiferencia frente al pasado cuando éste aún tiene cuentas pendientes. Como en Argentina, el país donde nació el premio Cervantes del pasado año en 1930, donde asesinaron y desaparecieron a su hijo Marcelo y a su nuera Claudia. Nadie como un poeta para describir el dolor, nadie como un periodista para relatar hechos, nadie como una víctima para estremecer. Yo, como Gelman, soy un poco de las tres. El infierno no termina cuando se cierran las puertas del campo de concentración y las luces se apagan. Por eso, a pesar de que ha transcurrido una eternidad, en cada nube veo pasar tu rostro, y cada silbido del viento me parece que lleva tu nombre. No recordaré mis desgracias porque hoy tengo en la cabeza una herida común. Comencé con la historia personal de Gelman, al que idolatro, pero podía haber comenzado con miles de víctimas anónimas. La polémica sobre las fosas comunes y la posibilidad de perseguir penalmente al franquismo ha rehabilitado un aluvión de metáforas incapaces de mostrar una realidad subterránea como las que revela la poesía. Considero que no se puede mantener, como se ha hecho estos días, que la democracia española está suficientemente consolidada para cumplir con el deber de memoria hacia la Guerra Civil y, por otro lado, afirmar que no lo está, que no puede ser una democracia completa mientras que no cumpla con ese deber. La prueba está en como la Audiencia Nacional ha cerrado el paso a la persecución penal del franquismo, propagándose de inmediato que los magistrados que han adoptado esta decisión han actuado por miedo o por una inconfesable connivencia retrospectiva con la dictadura. Sucede que el principal problema de la iniciativa del juez Garzón tiene que ver con los límites del uso que puede hacerse del Derecho Penal, de ese derecho que permite al Estado privar de libertad a los ciudadanos. Y es que en lo referente a la memoria histórica, la sociedad civil suele ir por delante de los poderes públicos. Argentina, cuyos gobernantes democráticos dieron pasos adelante y atrás en la reparación del pasado, es el caso más paradigmático. Grupos de derechos humanos exigieron la verdad, rescataron documentación y custodian hoy las huellas de la represión. En Chile, optaron por la discreción mientras ultiman el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, consagrados a los años de Pinochet (1973-1990). Ambos países han sacado el tema a debate. En España, desenterrar la historia y sus puntos oscuros es una labor lenta y minuciosa. Y eso a pesar de que la Ley de Memoria Histórica se aprobó hace ya más de un año. Justamente cuando tus alas eligieron volar en otra dirección, en busca de vanas promesas que el tiempo poco a poco te irá demostrando. Para cuando lo adviertas yo ya habré abandonado esta triste empresa y me habré cosido el alma a navajazos, o eso dicen los libros del desamor que venden en sucias y viejas librerias. Pero el saber antiguo no me sirve de consuelo para algo tan actual. Te sigo llevando en los bolsillos. Pero mañana, cuando tus alas retomen el camino que abandonaron hace millones de dolores, "vendrán tristembres las deudas del olvido". Así lo cita el propio Gelman en su obra Salarios del impío. Y es que ya no me queda a quien rezarle. No pienso hacerlo ante ese Dios que permitió campos de concentración, vidas hacinadas y encerradas en putrefactas cloacas, podridas tanto de libertad como de vida. Mi abuelo pudo haber perecido en una de ellas. Estuvo tres años preso por ser un chiquillo sin ideas pero consciente de no querer matar a sus hermanos. De familia de derechas, fue llamado a filas por tropas nacionales, pero rehusó hacer distinciones entre españoles y antiespañoles. La historia le debe una. Hoy, soy yo el que aprieta con fuerzas ese testigo fraternal. Con mi voz, que es mi fuerza. Escribo este artículo porque creo que es el momento de desarrollar la ley, de darle memoria a las que no la tuvieron, para que recuperen su inocencia, su dignidad. Es ahora o nunca: se están muriendo los hijos y los nietos de los olvidados. Y antes de que se vayan quieren recuperar a sus muertos. Éste es el zapato que yo arrojó a mis gobernantes. No pretendo ser un héroe como Mountazer al Zaidi, el periodista que lanzó el domingo en Bagdad un zapato a Bush, que visitaba Iraq por última vez como presidente de EEUU. Zaidi dijo enviarle su merecido beso de despedida. Una ironía tan inmensa como la que separa a los ayuntamientos de Málaga y Córdoba en el desarrollo de la memoria histórica. Que ambos consistorios (gobernados por PP e IU respectivamente) tengan posiciones muy distintas respecto a ésta es comprensible. La curiosidad es que, mientras el consistorio de Málaga financia actuaciones como la exhumación de cadáveres de las fosas del cementerio de San Rafael (uno de los mayores de España), el ayuntamiento de Córdoba, de IU, en cambio, se resiste a permitir los desenterramientos en el cementerio de La Salud, pese a que la familia de uno de los sepultados ha logrado una subvención del Gobierno. Por ello IU se ahoga en las cloacas de la política española. Además de carecer de moral, carece de ideas y de sentido común. Su nuevo líder, Cayo Lara, quiere preparar una huelga general a Zapatero. Es lo primero que ha dicho como coordinador de la formación. Mientras unos buscan soluciones, otros miran a viejas épocas gloriosas, a aquellos años en que Anguita y Aznar se besaban en la intimidad, que diría el popular, y juntos le hacían la cama, o mejor dicho, la pinza, al PSOE de González. Cuando Cayo quiera recuperar la dirección del vuelo, la memoria, la dignidad... llamadlo como queráis, le pasará como a aquel pájaro: vendrán las deudas. Porque otra cosa no, pero los españoles siempre pagan a cada cual con su merecido. Como decía Manuel Azaña: "desenterrar a los muertos es pasión nacional". Y ahora Cayo viene a hablarnos del ayer. El ayer quedó atrapado entre mis lágrimas. Para ti, que no me sufriste ni visitaste la cloaca donde caí tras tu indefinida ausencia, siempre fue presente. Pero yo tengo memoria.