La tarde que recorrimos Nueva York en un descapotable para disfrutar (o padecer) la ciudad descubrí hasta donde puede alcanzar el mito de ciertos personajes en nuestra sociedad. Anochecía cuando una adolescente se abrigaba con ímpetu para resguardarse del frío. Pretendía quedarse toda la noche a la intemperie esperando conseguir un lugar en la primera fila en el concierto de su héroe, una estrella mediática con rasgos adolescentes a pesar de sus treinta y tantos, voz de pito y consumidor habitual de coca. Esta sociedad subversiva lo ha catapultado hasta lo más alto, aunque para mí se trata en realidad de un antihéroe. Los jóvenes le hacen la cohorte, le ríen sus gracias, le compran sus discos y padecen el frío y la lluvia por ellos. Porca miseria. Nunca creí en mitos ni en héroes, hasta la llegada de Ligabue a mi vida. Sus canciones eran escenas de mi vida, sus poemas sentimientos que yo también tenía, sus películas fieles reflejos de mis experiencias. Era como mirarse al espejo. Entonces situé a Ligabue entre mi reducido grupo de heroicidad, donde antes sólo habían tenido cabida mis padres y algún que otro salvapatrias muy alejado de los cánones actuales (léase Aznar, Bush o Berlusconi). Con la que está cayendo, y ante las adversas circunstancias, aparece en mi universo de héroes una nueva figura: Barack Obama. Su verbo pulcro, su talante, sus ansias de renovación y sus orígenes hacen que todos, un poco, recuperemos la ilusión. Yo lo hice hace ahora un año, cuando como un vidente, tuve una ensoñación y vi a Obama en la Casa Blanca. Nadie me creyó entonces, como tus ojos tristes no me creen ahora: los hijos que no tuvimos, se quedan en las clocas. O sea, que los días que pasaron, pasados están. Mira al frente y no te marchites. Vendrán cosas mejores. Como ha llegado Obama tras Bush. No hay mal que mil años dure, por fortuna. Volverás a reír, como hiciste esta tarde delante de una pantalla de cine a pesar de la nefasta película. Yo me sentí un paraguas, el mismo en el que se ha erigido el electo presidente de EEUU, Barack Obama. Ante la profundidad de la recesión se disuelven las veleidades autorreguladoras que han hegemonizado la política económica durante el último cuarto de siglo. Ahora se vuelve a acudir a las fórmulas de quienes solucionaron los efectos más nocivos de la Gran Depresión, adaptadas al marco de la globalización, por supuesto. Vuelven Keynes y Roosevelt. Lo hacen de la mano del particular New Deal de Obama, cuya primera medida será un gigantesco plan de inversión pública, con el objetivo de crear dos millones y medio de puestos de trabajo, centrado en la creación y mejora de infraestructuras clásicas (carreteras, escuelas, hospitales...), energías renovables y tecnologías de la información y la comunicación. El anuncio de las inversiones masivas se hizo apenas 24 horas de que se conociesen las catastróficas cifras de desempleo del mes de noviembre en EEUU (553.000 empleos han sido destruidos). El paraguas de Obama ha insuflado vitalidad en los mercados de valores. Su anuncio del plan de inversiones públicas ha recuperado parte de la actividad económica del parqué. En Nueva York, en París, en Londres y en otros muchos lugares. Y aunque continúa lloviendo, el paraguas de Obama intenta cobijarnos de la que puede ser, exceptuando la Gran Depresión, la mayor depresión conocida por el mundo. Donde sigue lloviendo, y ya es costumbre, es en el Santiago Bernabeú, donde las mocitas madrileñas acuden como plañideras para ver palmar a su Madrid. El Madrid de los galácticos fue una apuesta arriesgada, ganador de todo y luego, perdedor decepcionante de todo, cuando se cambió el fútbol por la pasarela y los entrenamientos por los actos de publicidad. De catarsis en catarsis, rehén de su grandeza y su capitalización social, que no mercantil, el Madrid resiste cualquier vaivén siempre que prevalezcan sus valores: entereza, fe, pasión, autoestima, la ensoñación permanente. Pero este Madrid carece hasta de eso, de valores. Necesita un cambio urgente de entrenador, de discurso, de directiva y de jugadores, que hace mucho tiempo que ya no son héroes de nada ni de nadie. Nadie recordará como un héroe a Wilhelm Schrefler, que fue siempre un extranjero de sí mismo (como todos). Luchó como soldado austro-húngaro en la I Guerra Mundial. La derrota le convirtió en ciudadano italiano y en 1935 pasó a llamarse Guglielmo Sandri. Luchó en Etiopía y en 1937 se alistó como voluntario del Ejército de Mussolini para luchar contra la República Española. Estuvo dos años y medio en nuestro país; era teniente, hablaba alemán y hacía fotos. Las hacía sin parar. Y las hacía por afición, no por encargo. Su cámara recogió todo lo que vieron sus ojos, hasta reunir más de 4.000 negativos en los que apenas se ven cadáveres, sangre o heridos. El soldado prefería fotografiar paisajes, edificios, escenas de confraternización con la población civil franquista... Este fascista italiano es un héroe, no por su lucha armada, no por las ideas que defendía, sino por su actitud de dejar constancia de lo que sucedía. Este blog pretende el mismo efecto: dejar constancia del mundo y la sociedad que nos rodea. Desde este pobre y diminuto espacio intento denunciar los abusos del poder, la pérdida de valores y mostrar consideración por los grandes gestos y personajes. Y esa chica que me acompañó esta tarde a ver una película sobre héroes (cada vez quedan menos) puede que sea una de las pocas heroínas que conozca. Denuncia la islamofobia que existe en nuestro país. Pero más que eso, debería denunciar la ignorancia que existe sobre su cultura, sus tradiciones y su religión. Y así sucede que el racismo en las escuelas se ceba con los musulmanes según un estudio. El mismo que revela que los gitanos ya no son los más rechazados por los alumnos nacionales. Por medio existen episodios como el 11-M, la inmigración ilegal y los sucesos en diferentes poblaciones de Almería. No es odio, ni rencor. Es ignorancia, te repito. Haces bien cuando me hablas de tu mundo, de tus tradiciones, de tu cultura. Así descubro un fabuloso mundo que nada tiene que ver con las fuentes, los recovecos, el extremismo o el Ramadán. Ésa es la fórmula para acabar con la ignorancia, y por tanto, con eso a lo que tú llamas islamofobia. ¿Estamos a tiempo de combatir el racismo y la xenofobia en los colegios? Será posible cuando en las aulas se fomenten los valores de hospitalidad y solidaridad. El racista se hace, no nace. Y las nuevas generaciones deberían saber que también sus padres y abuelos fueron emigrantes. Pese a todo soy consciente de que seguirá lloviendo y necesitaré de un paraguas para proteger lo único que poseo: mis valores. La vida me han enseñado a llamar héroes sólo a aquellos que son capaces de salvaguardar las esencias.